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El derecho a decidir cruza el Ebro

El derecho a decidir ha cruzado el Ebro, entre Mequinenza y Ascó, entre Benissanet y Amposta, entre Twitter y Facebook, y entre las mil y una charlas de sobremesa que ha provocado la abdicación del rey Juan Carlos. Las encuestas lo detectan. Un segmento significativo de la sociedad española está reciclando una idea que hasta ayer parecía exclusiva de los catalanes respondones. La reclamación de voto como señal de protesta. El deseo de corregir desde abajo una democracia que se percibe demasiado controlada desde arriba. El deseo de tomar la palabra sobre asuntos importantes, más allá de lo que establece la Constitución. El derecho a decidir está cruzando el Ebro para españolizarse y puede que el ala más reconcentrada del soberanismo catalán -el Partit dels Capifcats- sea la última en enterarse.

Las encuestas realizadas a propósito de la abdicación están captando el fenómeno con bastante precisión: alrededor del 60% de los españoles comienza a sentirse seducido por la música decisionista. Hace unas semanas, poco después de la renuncia de Juan Carlos I, una encuesta de Metroscopia para el diario El País cifraba en el 62% los ciudadanos que, en un momento u otro, les gustaría ser consultados sobre la forma política del Estado. La encuesta de Feedback que hoy publica La Vanguardia, inmediatamente después de la proclamación de Felipe VI, reduce un poco ese porcentaje, lo matiza, pero no lo anula. El 57,7% considera que existe una demanda social amplia para convocar un referéndum sobre monarquía o república. Hay ganas de votar, sin que sea mayoritario el deseo de tumbar el orden constitucional de 1978. Ganaría la monarquía parlamentaria con claridad. La abdicación de Juan Carlos ha fortalecido a la institución y el nuevo Rey cae bien. Felipe VI obtiene una buena puntuación (6,6), claramente superior a la de las demás instituciones españolas, con la probable excepción de las Fuerzas Armadas, muy valoradas desde que actúan en el exterior, ayudando a gente en dificultades.

El Rey Intérprete -así definió su papel el pasado jueves- comienza con el apoyo mayoritario de la sociedad. El rey emérito gana puntos después de la abdicación. No hay crisis de régimen en mayúsculas, pero, caray, a la gente le gustaría ser consultada. Se ha acabado el tiempo de las adhesiones incondicionales e inquebrantables.

Se ha agotado, definitivamente, la fuerza propulsiva de la transición. Comienza a ser mayoritaria la inestable coalición que hoy forman los maduros indignados, irritados y decepcionados; los jubilados que, concluido el fatigoso tiempo de los equilibrios y las hipotecas, regresan a la causas de su juventud, limpios del pecado pactista, y buena parte de las generaciones que no vivieron la transición y que no conocieron el miedo, el pacto cotidiano con el miedo: la presencia constante del límite. En los últimos veinte años, la muy singular evolución capitalista de España, pelotazo va, pelotazo viene, ha dado un extraordinario estímulo a la idea de que todo es posible con ambición, arrojo e ilusión. Prosperidad y autoayuda. Bienestar prolongado e imperio de la voluntad. La crisis está capando esta visión del mundo. La decepción es enorme. Hay rabia. Hay ganas de someterlo todo a votación, sin poner en riesgo la estabilidad de fondo. Esta es la principal conclusión de la encuesta que hoy publica La Vanguardia. El decisionismo ha cruzado el Ebro, pero no estamos en fase preinsurreccional. El 85% de los españoles -incluidos los catalanes-, tienen invertidos sus ahorros en la propiedad inmobiliaria, el porcentaje más alto de Europa, junto con Italia, con la particularidad de que los italianos están mucho menos endeudados. La resultante es una sociedad hipotecada, enfadada, definitivamente desencantada, que comienza a tener comportamientos propios de las viejas democracias europeas. Ensaya votos de protesta. Amaga con volcar la mesa de juego, a ver qué pasa. Se mantiene radicalmente expectante. No se entrega. La discreta afluencia de gente en Madrid para ver pasar a Felipe VI es elocuente. El oficialismo exagerado y castizo del Ayuntamiento de Madrid y la tibieza de la gente. Y los jóvenes Reyes, en medio, convocando a un nuevo consenso.

El derecho a decidir ha cruzado el Ebro y la encuesta de hoy señala que el 60% de los españoles -prácticamente el mismo porcentaje que considera positivo el relevo en la jefatura del Estado-, es favorable a un gesto del Gobierno hacia Catalunya, en materia económica, de blindaje de competencias y de nacionalidad cultural. La asimetría se abre paso, lentamente. Los españoles contrarios a la consulta catalana han bajado al 50%. Los favorables escalan al 47%. Son datos relevantes. No es la fotografía de hace un año. La base sociológica del inmovilismo gubernamental se debilita.

La música decisionista cruza el Ebro y las baronías del Partido Popular se convierten en los principales bastiones del inmovilismo, asustadas ante la posibilidad de perder el poder dentro de un año. ¿Un país con nuevo Rey, bloqueado por barones de viejo cuño?

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