SELECCIÓN DE PRENSA INTERNACIONAL

El proyecto Ucrania y la guerra continuada contra Rusia

I

La ruptura del “consenso” oligárquico en Ucrania, resultado de la agresiva proyección corporativa de “la familia” de Yanukovich, se acompañó de la decisión del ex Presidente y su entorno de posponer la firma del Acuerdo de libre comercio con la UE en noviembre de 2013, lo cual puso punto y final a la asociación entre el grupo de Yanukovich y el gran capital ucraniano. Este vínculo, si bien se había erosionado a raíz de las pretensiones económicas del ex Presidente y sus allegados, había reproducido, en esencia, la orientación estratégica pro europea.

Aunque las proyecciones externas de este país se habían ceñido a la fórmula de los compromisos no excluyentes y la equidistancia entre Rusia y UE-Estados Unidos, el discurso y la praxis habían favorecido claramente la asociación estratégica con la UE, en detrimento de la integración económica euroasiática, proyecto de gravitación geopolítica liderado por Rusia que, según la mayoría de los expertos, es la opción más beneficiosa para la economía ucraniana.

En este sentido, los cuatro años de presidencia de Yanukovich, si bien comenzaron y concluyeron con gestos del ex mandatario favorables a los intereses estratégicos rusos, en esencia desmitifican la errada interpretación, todavía ampliamente reproducida, de Yanukovich –y la burocracia del Partido de las Regiones– como figuras “pro rusas”. Esta imagen constituyó tradicionalmente un punto central del discurso del ex Presidente y sus allegados, con fines electorales, en la medida en que se entendía como condición para obtener el voto de millones de habitantes de las regiones del este y el sur de Ucrania, mucho más cercanos cultural, económica e ideopolíticamente a Rusia que al occidente europeo.

De esta manera, si bien se puede establecer el contraste con la política de su predecesor, Víctor Yuschenko, durante la presidencia de Yanukovich no hubo verdaderos avances en el frente de la asociación estratégica con Rusia, como no los ha habido en todo el período post soviético. Esto ha estado condicionado por la dialéctica convergencia de los intereses estratégicos de las fuerzas del capitalismo global y los de la oligarquía ucraniana.

Ciertamente, la estatalidad y el sentido nacional ucraniano, históricamente, han sido los dos núcleos constitutivos de Ukraina, proyecto (geo) político del Occidente Histórico, continuado en el tiempo y concebido con el claro objetivo de contener y debilitar a Rusia. Su primer gran momento de concreción tuvo lugar entre finales del siglo XIX y principio del XX. Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, animados por la vocación insurgente de las regiones eslavas tras los procesos revolucionarios de la década del cuarenta en Europa y ante el creciente activismo de la población culturalmente rusa de la Galitzia occidental, promovieron la “ucranización” de esta región, en aquel momento bajo soberanía austríaca, y llevaron a cabo una feroz arremetida contra la matriz rusa de gran parte de sus habitantes.

Como resultado, a comienzo de la década del veinte había sido borrado prácticamente todo vestigio de lo ruskoe en la región de Galitzia, siendo este un importante soporte para el posterior nacionalismo ucraniano. Consecuentemente, fue solo a principio del siglo XX que el vocablo “Ukraina”, derivación de okraina, sustituyó a otros de mayor tradición, como Malorosia. Esto implicó, además, la metamorfosis del “ucraniano”, desde el rango de simple dialecto regional ruso al de idioma distintivo. Vale destacar que el propio vocablo okraina, traducido como “zona periférica” y fuente idiomática del posterior Ukraina, aunque es vago y está abierto a interpretaciones, deja claro el sentido de pertenencia e inclusión, sin distinguir de manera excluyente la “zona periférica” del área o centro de referencia.

Por otra parte, si la estrategia austriaca, en esencia, buscaba contener la posible influencia rusa en sus regiones orientales, en el caso de Alemania, la ucranización lo fue, sobre todo, en el sentido de la creación de un frente anti ruso en el espacio territorial del Imperio, ante la inminencia de la Gran Guerra. La longeva pretensión alemana de fragmentar Rusia, en este caso mediante la creación de un centro implosivo en sus márgenes occidentales, quedó plasmada en documentos y testimonios de partícipes directos, como el publicista y principal ideólogo del nacionalismo alemán de principio del siglo XX, Paul Rorbaj y el general alemán Maks Hofman (Kornilov, 1996). Este último, Jefe del estado mayor del frente oriental durante la Primera Guerra Mundial, declaraba en 1919 que: «En realidad, Ukraina es resultado de mi trabajo y no de la voluntad consciente del pueblo ruso. Yo creé Ukraina con el objetivo de tener la oportunidad de firmar la paz con, al menos, una parte de Rusia». (Vadrzha, 2013). Por su parte, Rorbaj hacía referencia a “separar la Rusia ucraniana de la Rusia moskovita”. En ambos casos y dejando a un lado el subjetivismo complaciente de Hofman, se reconoce la naturaleza (anti) rusa de la ucraneidad (Ídem).

Durante los primeros años de la Revolución Bolchevique y como resultado de la política nacional libertaria y flexible que acompañó la emergencia del nuevo poder en Rusia, Alemania puso todo su empeñó en materializar la estatalidad ucraniana, objetivo final del proyecto Ukraina. Esto, sin embargo, se vio frustrado por el giro en la política nacional bolchevique, que conllevó a la creación de la URSS, a la consolidación en su seno de los territorios de la antigua periferia imperial y a la disolución de sus principales rasgos de estatalidad.

A pesar de ello, durante el largo período soviético, la pseudo identidad ucraniana logró reproducirse con relativa solidez, como resultado de la política de ucranización llevada a cabo por el poder soviético desde la década del veinte. Además, en 1939, la Galitzia occidental fue incorporada forzosamente a la Ucrania soviética, adicionando así un foco de nacionalismo ucraniano radical. Durante el período posterior a la muerte de Stalin, las élites provenientes de Ucrania ocuparon posiciones de privilegio en la alta política soviética, reproduciendo una lógica de identidad corporativa, en la medida en que esto era posible en los marcos de la formación soviética.

II

El colapso de la URSS suprimió las principales barreras para la cabal concreción del proyecto Ukraina. Décadas después de su génesis, en el contexto de un sistema-mundo capitalista mucho más integrado, global y en su fase neoliberal, bajo el liderazgo estadounidense y desaparecida ya la formación soviética, la contención-fragmentación de Rusia continuaba como uno de los objetivos geopolíticos principales del Occidente Histórico. Durante todo el período posterior a 1991, Estados Unidos y la UE han sido en extremo activos en el frente ucraniano, promoviendo la vocación pro occidental de este país y, sobre todo, torpedeando toda manifestación de acercamiento estratégico entre Ucrania y Rusia.

De esta manera, en un nuevo contexto, ya materializada la estatalidad ucraniana sobre la base de territorios constitutivos del espacio-imperio ruso, (inevitablemente frágil y violentados rasgos básicos del núcleo territorio – poder político – identidad) el proyecto Ukraina entraba en su fase “superior”, buscando minar el desarrollo de la formación rusa “desde adentro”. Sin embargo, debido a sus limitaciones de base y a su carácter de eje ideo-político, la reproducción de la ucraneidad ha continuado como un objetivo permanente de todas las administraciones y gobiernos ucranianos, tanto para la confrontación con Rusia como para la propia reproducción ontológica de las élites de Ucrania; procesos que son, de hecho, indisolubles.

Esta centralidad geopolítica ucraniana ha sido reconocida explícitamente por importantes ideólogos, tanto del “gendarmismo estadounidense” como del capitalismo trasnacional (Brzezinski, 1998: 229; Friedman, 2010: 336). Tomando en consideración las tendencias del sistema-mundo contemporáneo y las transformaciones que tendrán lugar a raíz de la consolidación del nuevo modelo de acumulación (post “americano”, ¿asiático?, ¿multipolar?) y de las limitaciones rusas para competir en el ámbito productivo, tecnológico y financiero, sin un control activo sobre Ucrania, en el mediano-largo plazo Rusia quedaría en extremo vulnerable y con pocas posibilidades de reproducir su estatalidad y sus actuales marcos territoriales. El estancamiento tecno-productivo ruso hace a este país más dependiente de la reproducción de su modelo económico extensivo y, por consiguiente, de la capacidad de control sobre territorios cercanos claves. La inclusión de Ucrania (en cualquiera de los formas de división territorial-administrativa, unitaria o federalizada) es condición para el éxito del proyecto de integración euroasiático, que es asumido por las autoridades rusas como la única posibilidad de no sucumbir ante los efectos destructivos de la financiarización neoliberal. Además y, siendo esta quizás su trascendencia mayor para Rusia, constituye un elemento central de su perímetro de seguridad, un espacio vital de contención ante las imperecederas pretensiones expansivas de la OTAN, que tienen como fin último la anulación de Rusia como sujeto de la política internacional.

Por su parte, la élite ucraniana que emergió con el derrumbe, es un sujeto (objeto) constitutivo del proyecto Ukraina en su versión post soviética, dependiente de su dinámica e instrumento para su eficacia. Tomando como base el carácter anti ruso de la ucraneidad, tanto en su génesis histórica como en su expresión actual, la reproducción de la élite de ese país se lleva a cabo solo desde la confrontación, la negación, solo como “vanguardia” anti sistémica (anti rusa) y en oposición a lo ruskoe como inequívoco referente ideológico. En este sentido, fue determinante también la propia matriz anti rusa del cambio de régimen en la URSS, que atomizó el espacio-imperio ruso a favor de las fuerzas del capitalismo global y de las élites postsoviéticas locales. Sin ello, la objetivación histórica de estas últimas no hubiera sido posible. Al mismo tiempo, tras el derrumbe del Comunismo Histórico, al cual hicieron un aporte no despreciable, las fuerzas del capitalismo global han garantizado la inserción de la oligarquía ucraniana en el capitalismo global, como paria periférica y subordinada. En esencia, es en el “centro” del sistema-mundo donde la élite económica de este país se legitima, resguarda sus capitales y ubica la sede legal de muchas de sus compañías, además de constituir el mercado europeo uno de los destinos principales de sus exportaciones.

De esta manera, los condicionamientos externos han quedado alineados orgánicamente a los intereses más básicos de la oligarquía ucraniana. Además, la vocación pro occidental opera como mecanismo de contención, de dudosa eficacia, a favor de la oligarquía ucraniana, cada vez más temerosa de ser absorbida por sus pares rusos, (incluyendo el capital estatal) inconmensurablemente más fuertes.

Cualitativamente, tras el cambio de régimen, los “grandes capitales” rusos y ucranianos se insertaron de forma similar en la división global del trabajo, condicionado por las limitaciones estructurales heredadas de la formación soviética y agravado al extremo por los grandes “ajustes” neoliberales aplicados de manera paralela en ambos países. La capitalización de las sociedades del Comunismo Histórico se llevó a cabo mediante una involución sin precedentes en sus instancias sociales básicas, al tiempo que la desbocada apertura a los mercados globales determinó la primarización de sus estructuras productivas y sus exportaciones y, por consiguiente, su dependencia periférica.

Sin embargo, las diferencias cuantitativas de sus potenciales económicos son muy notorias, debido, en gran medida, al marcado protagonismo de Rusia en los mercados globales de energéticos. Esto, sumado a la debilidad estructural de la instancia política ucraniana y al sustancial ascendente geopolítico ruso, que durante el putinismo ha desbordado los marcos del Espacio Postsoviético, deja a la oligarquía ucraniana sin posibilidades ante el empuje del gran capital ruso. Este, durante los últimos años y como resultado de las determinantes expansivas del paracapitalismo ruso, ha sido enérgico en sus proyecciones regionales y hacia Ucrania en particular, logrando dominar ramas íntegras de su industria y haciéndose de un nicho importante en el sector financiero de este país.

En 2013, según las ediciones rusa y ucraniana de Forbes, el valor acumulado de los capitales de los diez primeros oligarcas ucranianos fue de 32 mil millones de dólares, mientras que el de sus contrapartes rusas fue cinco veces mayor, superando los 150 mil millones de dólares. La diferencia es aún mayor, si se toma en consideración el capital estatal ruso, sobre todo el bancario, cuya capitalización es decenas de veces superior a las de las principales entidades bancarias ucranianas. Además de las diferencias cuantitativas en extremo favorables a Rusia, otros dos factores hacen más vulnerable aún las posiciones de la élite económica de Ucrania. En primer lugar, las similitudes relativas de las estructuras productivas entre ambos países, que convierten a los activos metalúrgicos, mineros y químicos ucranianos en objeto de la expansión del capital ruso. En segundo lugar, en contradicción solo aparente, la complementariedad heredada de las cadenas productivas soviéticas, explica el elevado nivel de la producción cooperada y hace de la industria ucraniana una extensión “natural” de la rusa.

En 2012 y tomando en consideración solamente aquellas entidades donde el capital ruso contaba con mayoría accionaria, este controlaba cerca del 100% de la producción de acero y extracción de titanio, el 70% de la construcción naval comercial y cerca del 60% de la militar, el 25% de la producción de coque, el 60% del procesamiento del petróleo, el 36% de la telefonía celular, el 33% de la industria de las maquinarias, el 30% de la láctea y el 20% de la de extracción de gas (Kuzmin, Magda, 2012; Colectivo de autores, 2013: 37).

Un lugar destacado en la economía ucraniana lo ocupa el capital bancario ruso, especialmente el estatal (Vneshtorgbank, Vneshekonombank, Sberbank). Previo a la crisis política, este controlaba el 16% de los activos bancarios en este país, con una marcada tendencia al crecimiento que contrasta con la disminución de los activos bancarios del capital europeo: del 22% al 15% en los últimos tres años y se prevé que continúen decreciendo. Desde 2008, han sido 15 los bancos europeos que han cesado su trabajo en Ucrania, siete de ellos en 2012 (Desiak, 2013).

De manera general y ponderando diferentes estudios, es posible estimar que entre el 25% y el 30% de las grandes empresas ucranianas se encuentran bajo control del capital ruso (Vadzhra, 2012) y que cerca del 70% del total de las empresas ucranianas mantienen lazos indisolubles con contrapartes rusas en los planos productivo, inversionista o comercial.

A todo lo anterior se debe sumar la altísima dependencia de los productores ucranianos del precio del gas ruso, el cual determina cerca del 15% del costo final de la producción del sector metalúrgico y del 80% en el caso de la industria química –dos de los tres mayores rubros exportadores de Ucrania-.

III

A pesar de los esfuerzos de UE y en especial de los Estados Unidos, los complejos efectos de la actual crisis ucraniana favorecen más a Rusia que a sus contrapartes occidentales. La firma del Tratado de libre comercio entre Ucrania y la UE hubiera significado la concreción de la variante más extrema del proyecto Ukraina, en la medida en que formalizaba la irreversible pérdida de influencia de Rusia sobre un espacio geopolítico y geoeconómico vital. Ningún escenario era más desfavorable para Rusia, lo cual explica la determinación mostrada por este país tras el Maidán y la fuga de Yanukovich, que devino en la anexión de Crimea. Si bien para Rusia ya no puede existir algo semejante a un “escenario ideal”, la actual fragmentación que de facto divide a Ucrania, le beneficia en muchos sentidos.

Por una parte, los acontecimientos actuales han reproducido, en un nivel superior, las insuperables limitaciones del proyecto Ukraina, y la fractura de su carcasa territorial impacta de manera determinante sobre sus núcleos duros. En este sentido, el marco geopolítico cada vez más constreñido y hostil, ha asestado un golpe terminal a la estatalidad ucraniana, en la medida en que ha multiplicado exponencialmente el impacto de sus grandes contradicciones sistémicas. La disfuncionalidad socio-económica, la debilidad de la instancia política central y la oligarquización ya insuperable del régimen, así como la ruptura aún mayor de los lazos nacional-identitarios y la incapacidad de Kiev de restablecer el control sobre las regiones del oriente del país, contradicen los más elementales rasgos de la estatalidad: la soberanía del poder político y la territorialidad.

Por otra parte y en relación dialéctica, se ha agotado la capacidad de la oligarquía ucraniana de fungir como el sujeto histórico garante de la reproducción del sistema. Los fracasos de la estatalidad ucraniana y de la oligarquía de este país van de la mano, en la medida en que fueron condición una de la otra y ambas, a su vez, de Ukraina.

Por último, las fuerzas endógenas que viabilizaron este proyecto (geo) político, en el actual contexto de debilitamiento relativo del “centro” – en la fase financiera del ciclo de acumulación “americano” -, ven limitada su capacidad para hacer sostenible “desde afuera” el objetivo básico de la ucraneidad como construcción histórica.

Deja una respuesta