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El dólar: la principal arma de Estados Unidos

El actual ministro de finanzas francés no es el primero que ha mostrado su malestar con la singular posición de predominancia que el dólar estadounidense ostenta no sólo en el actual sistema financiero mundial, sino en las principales transacciones comerciales que se realizan a lo largo y ancho del planeta.

Hace casi cinco décadas que Giscard D’ Estaing calificó de privilegio desproporcionado el papel que la divisa norteamericana ostentaba ya en los asuntos monetarios internacionales.

El dólar USA pasó a ser la divisa de referencia mundial y unidad principal de reserva a raíz del acuerdo de Bretton Woods que se celebró un año antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. La Reserva Federal Norteamericana garantizaba el valor de la moneda con su valor en oro, metal en el que se podía convertir en cualquier momento por los tenedores de la divisa. Al mismo tiempo se establecía un sistema de paridades fijas con el resto de las divisas del mundo con lo que se eliminaba el riesgo de cambio. EEUU, después de vencer en dos guerras mundiales se aseguraba la predominancia económica, haciendo indispensable la divisa que su banco central emitía para el funcionamiento de la economía mundial.

Los Bancos Centrales de los países de todo el mundo, incluyendo a los comunistas, cuando existían, usaban el dólar como reserva monetaria al igual que el oro. Las transacciones comerciales internacionales de todo tipo se facturaban y gran parte de ellas, como las de petróleo, se siguen facturando en dólares. En definitiva, con billetes de dólares en el bolsillo se puede comprar en cualquier lugar del planeta.

El dólar, después de la fuerza militar estadounidense, es el principal elemento de poder de la primera potencia mundial. La capacidad de endeudamiento del país es ilimitada gracias a que ellos emiten y fabrican el medio de pago aceptado internacionalmente.

Recientemente hemos sido testigos de dos acciones de demostración de fuerza por parte de Estados Unidos que se han podido ejecutar gracias al dólar.

Por un lado, una fenomenal e históricamente alta sanción al primer banco francés y uno de los más grandes de Europa, BNP, por canalizar operaciones comerciales entre países prohibidos por las leyes estadounidenses aunque no lo eran así por las francesas o europeas. El asunto estriba en el hecho que las compras de petróleo a Irán o Sudán se llevaron a cabo en dólares que necesariamente pasaron por entidades liquidadoras americanas y en territorio de este país. La desorbitada multa, aceptada a la fuerza por BNP, fue sancionada por un tribunal estadounidense porque los fondos con que se pagaron las operaciones comerciales al ser denominadas en dólares tuvieron que pasar, sin otra posibilidad, por bancos americanos.

Lo mismo ha ocurrido con la deuda argentina emitida en dólares que en su momento fue declarada y mayoritariamente aceptada por los acreedores como reestructurada con una quita y un retraso en su pago y que un tribunal americano tras aceptar una demanda de un grupo de acreedores ha considerado nulo el acuerdo y obligado a pagarla en su totalidad. El motivo, el mismo, son operaciones en dólares y por tanto sujeta a la jurisdicción de Estados Unidos.

El primer ministro francés se puede seguir quejando amargamente, no sin cierta razón, pero mientras no existan alternativas sólidas y coherentes, difícilmente perderá el dólar su predominancia.

Al euro todavía le queda bastante. Es cierto que reúne ya alguna de las cualidades necesarias para ello como es la liquidez y la profundidad de mercado suficiente como para soportar operaciones de gran calado, pero le falta un Banco Central que respalde sin titubeos a la moneda, que sea capaz de proporcionar tanta liquidez como sea necesaria en momentos de crisis o tensión y mecanismos de liquidación en las entidades financieras competitivas y con normativas unificadas.

Si alguna vez se llega a conseguir todo esto, Europa habrá subido muchos e importantes peldaños en el escenario geopolítico internacional, pero todavía existen mentalidades provincianas y acomplejadas que prefieren seguir aferrándose a lo malo conocido y no se atreven a dar un paso que cada vez será más necesario.

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