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La vuelta a un mundo que nunca existió

El presente es siempre dinámico, pero los ritmos se aceleran y la profundidad de las transformaciones de hoy obliga a repensar cómo miramos a la realidad. Será mejor acostumbrarse: se avecinan tiempos en los que nada volverá a ser como antes.

Hace ya más de veinte años, en 1991, el Irak de Sadam Husein cruzaba la frontera de Kuwait. La comunidad internacional respondió de manera ejemplar contra aquella violación de la integridad territorial de un Estado. El resultado es conocido: se aprobó una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y se formó una coalición de países que logró expulsar a las tropas iraquíes, mediante la operación Tormenta del Desierto, del territorio kuwaití. La operación terminó ahí, no se produjo un cambio de régimen en Irak —algo que llegó más de una década después, aunque en condiciones muy diferentes—. La lógica de 1991 respondía a la hegemonía norteamericana, considerada entonces hiperpotencia. El momento unipolar estadounidense llegó tras la caída de la Unión Soviética y el desmoronamiento del bloque comunista. Hoy, 23 años después, la situación ha cambiado radicalmente.

El 21 de marzo de 2014 se oficializó la anexión de la península de Crimea a la Federación Rusa. Se violaba de nuevo la integridad territorial de un Estado, Ucrania, reconocida de manera explícita por Rusia hasta en tres ocasiones previas. El 27 de ese mismo mes se votaba una resolución de condena en la Asamblea General de Naciones Unidas. Dicha resolución se aprobó con 100 votos a favor, 11 en contra y 58 abstenciones. El resultado es muy diferente a la unanimidad de 1991.

El Consejo de Seguridad, que en 1991 autorizó el uso de la fuerza en Kuwait, queda en 2014 fuera de juego, pues uno de sus miembros permanentes es el responsable de la anexión. Frente a la práctica unanimidad de entonces, en la votación de marzo se abstuvieron todas las potencias no occidentales —además de la llamativa ausencia de Israel y el evidente voto negativo de Rusia—. En política internacional las percepciones cuentan, en ocasiones, mucho más que las realidades; y todo apunta a que el momento unipolar de Estados Unidos ha terminado. Hoy se percibe a Estados Unidos y a la Unión Europea como potencias en declive, mientras que otros actores —con cosmovisiones muy diferentes entre sí— van ocupando el hueco que dejan los tradicionales. Esta es la situación con la que hay que trabajar.

El equilibrio de fuerzas ha cambiado y ya no rige la visión de uno sobre la de los demás, sino que cada uno de los actores expresa sus propias visiones en pie de igualdad. Esta realidad presenta, sin embargo, una contradicción. En un mundo multipolar y cada vez más interdependiente, la acción u omisión de cada uno tiene profundas y rápidas consecuencias para los demás; pero cuanto más interdependiente se hace el mundo los grandes actores parecen menos dispuestos a asumir responsabilidades globales.

Dicha contradicción genera riesgos. El multipolar es el más inestable de todos los órdenes internacionales y si no se acompaña de instituciones multilaterales y voluntad política para resolver mediante el diálogo los conflictos, las potencias tienden a chocar entre sí. Pero no estamos en 1991. La multilateralidad ya no se traduce en lograr acuerdos en torno a nuestras propuestas, sino en defender nuestros principios respetando los de los demás.

La quiebra de la estabilidad geopolítica más evidente ha sido el conflicto de Ucrania. La anexión era ilegal y sin embargo se llevó a cabo. Ucrania es un Estado independiente desde 1991 y está plenamente integrado en el sistema internacional —recordemos que Ucrania renunció en 1994 a sus armas nucleares mediante el Memorándum de Budapest y que ha presidido hasta 3 sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas—. Ahora, sin embargo, vive momentos turbulentos. Pese a que el Acuerdo de Minsk (que supone el alto el fuego entre Rusia y Ucrania, además de otros aspectos que ya se empiezan a aplicar) supone una ventana de esperanza para la paz, la estabilidad internacional ha quedado comprometida.

Se están ya moviendo fichas para la próxima década, en la que sabemos que habrá por lo menos dos líderes que no van a cambiar: Putin en Rusia y Xi Jinping en China. El tiempo de Obama se acaba y en Europa se avecinan cambios, tanto por la nueva Comisión como por las preocupantes tendencias políticas en muchos de los Estados Miembros. Los BRICS han fundado ya su propio Banco de Desarrollo mientras que el FMI no ha cumplido con el objetivo de adaptar los derechos de voto a la nueva realidad internacional, como se estableció en la cumbre del G20 de Seúl.

Conviene destacar que hasta entonces China tenía los mismos derechos de voto que Bélgica. Entre tanto, Oriente Próximo —junto con el Mar del Sur de China— se confirma como un foco de inestabilidad global difícilmente evitable. Al conflicto palestino-israelí y los procesos derivados de las revueltas árabes se suma de nuevo la emergencia del yihadismo del Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés) como amenaza global, ya no como red de células dispersa —que era la manera de funcionar de Al Qaeda—, sino como ente territorial que opera como un pseudoEstado surgido al calor de la guerra civil siria y la inestabilidad crónica de Irak, ocupando parte del territorio de ambos países.

Estados Unidos, que ya no está dispuesto a garantizar en solitario la seguridad mundial, se ha apresurado a formar una confusa coalición de casi 30 países (que incluye a 10 árabes) para luchar con el Estado Islámico, cuya organización y resultados aún están por comprobar. Ya en la intervención libia en 2011 aplicó el llamado enfoque liderar desde atrás (leading from behind), que obligó a europeos a asumir mayor responsabilidad. Es crucial que la Unión Europea sea consciente del papel que puede y debe jugar. Es necesario tomar conciencia de la enorme responsabilidad en materia de seguridad de los años venideros. Las áreas geográficas que rodean a Europa vuelven al centro de la política internacional, y los europeos son los primeros interesados en manejar las situaciones de la mejor manera posible, la que asegure la prosperidad y la estabilidad fuera y dentro de nuestras fronteras. El retraso de la entrada en vigor del Acuerdo de Asociación con Ucrania, ratificado simultáneamente en Bruselas y Kiev el día 17 de este mes, para buscar soluciones de consenso con Rusia es una buena señal en ese sentido. Ucrania celebra elecciones presidenciales el 26 de octubre de este, cuando se conmemora una década del inicio de las fallidas revoluciones de colores. Esperemos que esta vez sí sea capaz de encontrar un proyecto nacional que lleve al país a buen puerto.

Las turbulencias globales llegan precisamente tras el verano de 2014, el que marca el centenario del principio de la Primera Guerra Mundial. El mundo necesita instituciones multilaterales inclusivas, representativas y renovadas para liberarse de la sombra del eterno retorno. Es urgente construir confianza estratégica entre los múltiples actores protagonistas de este nuevo entorno global. Sólo desde el respeto, el diálogo y la capacidad de adaptación se podrán garantizar la seguridad y la estabilidad, justo ahora que se incorporan millones de personas a las clases medias y salen más personas que nunca de la pobreza.

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