Escándalo de las "tarjetas black" en Caja Madrid

No son opacas las tarjetas, sino las cuentas de Bankia

Como ha dicho recientemente un veterano periodista, experto en asuntos económicos, a raí­z del escándalo de las tarjetas opacas de Caja Madrid: «medio millón de votos más para Podemos». Si alguien hubiera querido dar argumentos para inflamar todaví­a más en la conciencia de la sociedad española la indignación contra la llamada casta, difí­cilmente habrí­a encontrado un asunto más apropiado.

A pesar de que los grandes medios de comunicación han tratado de distraer la atención sobre el asunto, hasta cierto punto irrelevante, de en qué se gastaron los 15,5 millones de euros, el escándalo real apunta hacia otro sitio.«En realidad las que eran opacas no eran las tarjetas, sino los fondos, las cuentas de las que se nutrían» En los 86 consejeros de Caja Madrid que se beneficiaron de las tarjetas opacas encontramos una radiografía meticulosamente precisa de la clase reinante de nuestro país. Ex-ministros y altos cargos de la administración del Estado, funcionarios del más alto nivel que llegan incluso hasta la casa real, economistas de altos vuelos que dictan la ortodoxia económica del país, miembros de la clase política del régimen de todos los colores, sindicalistas, empresarios,…Un retrato minucioso de un régimen caciquil que perfectamente podría asimilarse al de la Restauración del último tercio del siglo XIX. Poderes financieros, poderes empresariales, poderes del Estado, poderes del régimen político unidos en una misma maraña oculta de corrupción y privilegios robados del dinero de los ciudadanos. Lo relevante del caso no es ni la cantidad de dinero ni su utilización en joyas, viajes, tiendas, fiestas o supermercados, sino la verdad que saca a la luz de cómo está organizado un poder político y financiero, íntimamente vinculados y corruptos hasta el tuétano. Un poder financiero que extorsiona, estafa y roba a sus propios clientes. Y al que le basta una ínfima parte de ese dinero para mantener los privilegios y las corruptelas de una clase política que a su vez legisla para favorecer que los grandes banqueros puedan seguir sangrando al pueblo.Lo que ha salido a la luz pública con las tarjetas opacas es que este es el sistema general por el que se rige la vida política española. La mayoría de los partidos y sindicatos han reaccionado con rapidez, queriendo quitarse rápidamente el “muerto” de encima, como si con ellos no fuera la cosa y hubieran sido los últimos en conocer, y los primeros en escandalizarse, del asunto. ¿Nadie llegó siquiera a sospechar lo que pasaba? ¿A nadie sorprendió el tren de vida que llevaban sus correligionarios instalados en Caja Madrid? ¿Qué informes rendían a sus organizaciones, qué cuentas y explicaciones les pedían estas? ¿No sabían que esta misma situación -bajo ésta u otra fórmula parecida- se reproducía en decenas de Cajas, bancos y grandes empresas?«El problema no es el de una “casta corrupta”, sino que esos millones son sólo el pago por los servicios prestados» La respuesta a esta pregunta la ofrecía el diputado del PP Fernando López-Amor cuando, en la comparecencia de Blesa ante la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados, a finales de noviembre del 2012, es decir, seis meses después de la intervención de Bankia, respondía airado a los reproches de los diputados de la oposición: “en Caja Madrid había un comité de dirección que era el que aprobaba los créditos, los informaba y los sometía al consejo de administración en el que, por cierto, estaban todos los partidos con representación en las instituciones madrileñas. Por tanto había personas de Izquierda Unida, representantes de los sindicatos UGT y CC.OO. y también había personas, evidentemente, del Partido Socialista”. Al margen de que se le olvidara añadir que también había representantes del lobi empresarial, su argumento era irreprochable.En torno al caso de las tarjetas, como en el de los 300.000 ahorradores estafados con las preferentes, como en el de los 300.000 inversores engañados con la salida a bolsa de Bankia, había una tupida malla de silencio cómplice tejida con espléndidas y fiscalmente opacas gratificaciones que compraban o bien el mirar hacia otro lado o bien la activa complicidad de los consejeros. ¿Privilegios de casta o pagos por los servicios prestados?Lo que estamos comprobando es cómo en los años dorados de “saqueo y rosas” de Caja Madrid el dinero sin límite de las “tarjetas B” han servido para comprar a los consejeros y su sumisión y connivencia a cambio de mantener en el poder a la dirección y acatamiento de las decisiones de unos directivos implicados en el robo de sus ahorros a más de 300.000 preferentistas, comprometidos con operaciones inmobiliarias más que dudosas (como los 1.000 millones de euros apalancados en un crédito a la inmobiliaria Martinsa-Fadesa, la mayor quiebra de la historia de España), la financiación opaca de partidos y sindicatos, aventuras financieras oscuras -como la compra del City National Bank of Florida por el que pagó 1.100 millones de euros que aún sigue en litigio en los tribunales- y la concesión de créditos ventajosos a los propios directivos y consejeros, como los 131 millones de euros otorgados al ex presidente de la CEOE y dueño del Grupo Marsans, Gerardo Díaz Ferrán, amigo personal de Blesa, cuando sus empresas ya anunciaban la quiebra.El problema, por lo tanto, no es el de una “casta corrupta” que salpica a todos los partidos, sindicatos y patronal, y que se han apropiado de 15,5 millones de euros para su festín de lujo y vacaciones.El problema es que esos millones son sólo el pago por los servicios prestados. El problema es de una clase política, sindical y empresarial, comprada con “tarjetas B” y otras prebendas para hacer posible un saqueo a gran escala de miles de millones de euros a cientos de miles de ciudadanos en el que han participado grandes empresas, inmobiliarias, y la propia Caja Madrid.Ahora queda todavía por dilucidar una cuestión todavía, si cabe, más relevante. Porque en realidad las que eran opacas no eran las tarjetas, sino los fondos, las cuentas de las que se nutrían y que quedaban ocultas en los indescifrables entresijos de los balances bancarios. Tan indescifrables que, como pasó en la misma Bankia, pueden pasar de presentar unos beneficios de 3.000 millones de euros a unas pérdidas de 25.000 millones en apenas 48 horas. Ha llegado el tiempo de que le justicia investigue si esas cuentas opacas de las que tiraban las tarjetas sirvieron solo para pagar los privilegios y corruptelas de los consejeros o se utilizaron también para tejer una red de complicidades políticas más amplias.

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