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¿Se recupera la economí­a española?

La respuesta, a la vista de los indicadores macroeconómicos más recientes y de los anticipados, parece ser afirmativa. Así lo estiman las previsiones de diversas entidades, tanto internas como externas. Aceptémoslas porque además el cierre del año está ahí y el margen de error ya no existe. Distinto es el que finalmente esa mejora macro se filtre a los ciudadanos, cuánto tiempo tarde y cómo se reparta ese filtraje. Como es sabido, los tiempos son siempre lentos.

Aceptado lo anterior hay, por lo menos, un par de cuestiones trascendentes. Una, cómo de firme sea esta incipiente recuperación. Dos, cual es el paisaje después de la batalla, una batalla que ha producido unos pocos ganadores, que los hay, y una gran mayoría de perdedores.

No es fácil la respuesta a la primera cuestión. Hay un peligro indudable en el que se ha insistido y es el de que esta incipiente e insuficiente mejora sea eso que se llama “el rebote del gato muerto” y por ello de vida efímera. Una variante sería la “japonización” es decir quedar instalados en un insuficiente crecimiento del PIB, en torno al 1 % anual, con el corolario de mantenimiento de un paro altísimo. No es peligro desdeñable si echamos un vistazo a la coyuntura europea de la que dependemos sobre todo. El lento crecimiento o el estancamiento siguen ahí afuera como siguen la debilidades estructurales de la UE y su negativa frontal a políticas de demanda más expansiva (el insuficiente plan Juncker ya parece tener la oposición de Merkel).Al fondo, la crisis rusa que empeorará. Las ayudas de la gran bajada del precio del crudo y la depreciación del euro ayudan pero no son suficientes. Obsérvese que la mayor parte de todos estos factores son exógenos a la economía española.

Se estima que, desde el inicio de la crisis hace unos seis años, nuestra economía ha perdido en torno al 8-10 % del PIB. Los costes de esa crisis y, más importante, de las políticas de austeridad y recortes aplicadas se han repartido muy injustamente. Multitud de datos de diversos orígenes lo prueba. Ha aumentado la marginación y la pobreza y ha aumentado la desigualdad y, efecto lógico, ha crecido el malestar social. Basta echar un vistazo alrededor de uno para verlo. Negar eso, ya pocos lo hacen, es negar la evidencia y lo que es peor: un diagnóstico equivocado es el primer obstáculo para enmendar esas políticas. En lo que se pueda pero, hay que insistir en que aunque el margen es estrecho, hay posibilidad de rectificaciones que busquen enmendar esos resultados, dañinos económicamente y también socialmente. Incluso, lo estamos viendo, políticamente. Hay posibilidad y necesidad y en este ámbito no depende todo o casi todo de fuera sino en gran parte de decisiones internas. En suma, de opciones y decisiones políticas dentro de ese margen señalado. Berlín dice que hay que recortar (y hay que reconocer que ha ido suavizando aunque poco) pero no nos dice dónde. Gobernar en épocas de real o falsa prosperidad es más sencillo que en épocas de escasez y de justificado malestar social. Pero ahí se muestran las diferencias entre las opciones políticas. Porque esas diferencias existen todavía. Afortunadamente.

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