SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Las batallas sin librar que ya han ganado Syriza y Podemos

Antípodas Varufakis contra Jeroen Dijssembloem, kárate a muerte en Atenas. El fantasma de Syriza recorre Europa. La Troika de Podemos aterriza en la Puerta del Sol. ¿Dónde están los hombres de negro?

Grecia, que se ha hablado poco. Yanis Varufakis, ministro de Economía de Syriza, ha dicho «nein» a la Troika, representada por el presidente del Eurogrupo, el ministro de Finanzas holandés Jeroen Dijsselbloem. Además de la Comisión Europea, forman la Troika el Banco Central Europeo (BCE) con Mario Draghi al frente, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) en el que Christine Lagarde oficia de directora gerente, tras Strauss Khan, el sátiro, y Rodrigo Rato, el opaco. Según han difundido los medios afines a Syriza, Dijsselbloem, que es laborista, habría susurrado al oído de Varufakis algo así como «acabas de matar a la Troika», a lo que el ministro heleno respondió «wow!».

Hay otra versión, más consistente y verosímil. Según Santiago González, en El Mundo, Dijsselbloem dijo «a big mistake» mientras enfilaba la puerta de salida. Del lenguaje corporal de ambos se deduce la distancia entre un prestamista holandés y un comunista griego. Como Varufakis vivió en Sydney, valga decir que la Troika y Syriza están en el antípoda, que viene precismente del griego contra y pie. Así pues, Jeroen Dijsselbloem, secretario de administración de los 17 países del euro, y Antípodas Varufakis han protagonizado un duelo al sol cuyo resultado y efectos están por dilucidar.

Es más osado aún que prematuro vaticinar la muerte de Europa, la princesa fenicia que raptó Zeus. Transmutado en un toro blanco con guirnaldas de flores en el cuello, el super héroe del Olimpo se llevó a la doncella Europa a Creta porque ésta tuvo la imprudencia de montar sobre el lomo del padre de los dioses y de los hombres. Eso, o ella, es Europa y al amparo de su nombre funciona el mercado. En la política, Europa es una torre Eiffel fielmente reproducida con palillos escarbadientes, una chapuza en nombre de la cual unos funcionarios bastante tiesos, estilo Amadeu Altafaj, dictan la política económica de los países del euro, que es el marco con otro nombre. Los euroburócratas y eurófilos reciclaron el concepto «hombres de negro» para dar consistencia práctica a las funciones de la Troika, de tal manera que los «hombres de negro» vendrían a ser algo así como una mezcla de sicarios, notarios y cobradores del torero, atavío que es lo último en el seguimiento y mortificación de insolventes.

Los hombres de negro pues, más las cuotas lecheras, los rescates bancarios, los sueldos de los eurodiputados y el camelo del Camelot de Bruselas son Europa. Es decir, que con nuestros impuestos (ya que los 26.000 millones de euros que «nos» deben los griegos también son nuestros), los tipos esos, el coco, el monstruo de Amstetten y el hombre del saco, viven como dioses, cobran como futbolistas, comen, deponen y se reproducen como fieras y predican que los demás mueran como pobres, ganen una miseria y rindan culto y pleitesía al mayor mojón burocrático de la historia universal, la Unión Europea de Juncker y Merkel. Planazo.

Resulta verdaderamente inexplicable que funcione tan kafkiano tinglado de recortar las burocracias de los demás y aumentar la propia. Algo tendrá, dado que hasta los otomanos suspiran por formar parte del club, pero es secreto o no lo saben explicar. Sea como fuere, la retórica antieuropea encaja perfectamente con el entendimiento del ciudadano común y corriente. Para la mayoría, Bruselas es la ciudad donde unos tipos lustrosos salen de supercoches y entran en unas instalaciones que parecen el puente de mando de la Enterprise para aguar la sopa boba del común mientras a ellos les sirven cruasanes, mantequilla y macchiati.

Con el sustrato de esas imágenes, de los cuentos de terror de los hombres de negro y la gran Alemania, Syriza ha ganado la batalla de las asociaciones de ideas y el profesor Varufakis es Aquiles con un talón en blanco. Y Dijssembloem, un virus troyano. Como Grecia siga así, el efecto en cadena será inevitable. Escribió Stefan Zweig: «A veces, y éstos son los momentos más asombrosos en la historia universal, el hilo de la fatalidad cae durante una fracción de segundo en unas manos por completo incompetentes. Ante el embate de la responsabilidad, que les introduce de lleno en el heroico juego de fuerzas cósmicas, tales hombres, más que afortunados, se sienten estremecidos, y casi siempre dejan que el destino que se les ha caído encima se les escape entre las manos temblorosas. Sólo muy rara vez alguno de ellos, enérgico, enaltece la ocasión y con ella a sí mismo. Pues tan sólo por un segundo se entrega lo grande al insignificante. Y al que desaprovecha ese momento, jamás le concede una segunda oportunidad». Este párrafo es un fragmento del capítulo «El minuto universal de Waterloo» del libro Momentos estelares de la humanidad.

Tsipras, Varufakis y el derechista Kamenos tienen un correlato hispánico en Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón. Puerta del Sol, Madrid. Cien mil personas según la Policía. Trescientas mil según Podemos. En Cataluña serían dos millones, que es más o menos lo habitual cuando los independentistas cortan la Diagonal o se juntan en la plaza de San Jaime. Eso mismo de Podemos ocurre en Barcelona y a estas horas estamos hablando de un desplazamiento del eje gravitacional de la Tierra como consecuencia de que todos los habitantes de Cataluña, salvo un grupo de irreductibles, han quedado a la misma hora en el Zurich.

El discurso más impactante es el de Errejón, transmutado en Blas Piñar. Clama soberanía y dignidad y le sale un agudo chirrido. Se imagina Durruti, pero se le hincha la vena azul. La Troika de Podemos depende de lo que ocurra en Grecia, pero sus efectos en el conjunto de la política española son ya brutales. Ha devorado a Izquierda Unida y al mirar atrás ve al PSOE. De momento, es el fenómeno sobredosis de sal de frutas, que al contacto con el agua desborda el vaso y lo deja todo perdido de una sustancia efervescente que acaba convertida en una película calcárea.

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