Agresiones racistas en EEUU

La necrópolis negra de la era Obama

El cruel tiroteo con nueve ví­ctimas mortales perpetrado por Dylann Roof en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur) ha horrorizado a todo el paí­s. Presentado como un desequilibrado lobo solitario racista y supremacista, el sangriento crimen ocurre sin embargo en un contexto social muy propiciatorio. Prácticamente cada semana, una nueva noticia de brutalidad policial contra minorí­as étnicas -principalmente contra afroamericanos- escandaliza a la opinión pública norteamericana.

Hace menos de un mes, en la pequeña ciudad McKinney (Texas), un agente de policía tiraba violentamente al suelo a una joven negra, Dajerria Becton de sólo 15 años, mientras le gritaba encañonándola a punta de pistola. Su delito: ella y otros amigos negros se habían «invitado» a una fiesta en una piscina en el barrio de los blancos. El suceso no habría trascendido si no hubiera sido filmada por el teléfono de otro de los jóvenes y no se hubiera transformada en viral -11 millones de visitas en todo el mundo- casi de inmediato.

«La violencia racista no es ni mucho menos una novedad en EEUU. Al contrario, es una violencia sangrientamente sorda y cotidiana»

Es un violento suma y sigue. Otro vídeo hizo tristemente famoso a Eric Rohmer, el joven negro que gritaba «no puedo respirar» mientras un policía de Nueva York le oprimía fuertemente el cuello. En lo que la bloguera y activista afroestadounidense Chauncey Devega denomina «la necrópolis negra de la era Obama», no paran de brotar lápidas de víctimas negras de brutalidades policiales. Michael Brown (un joven de 18 años abatido en Ferguson), Tamir Rice (un niño de 12 años tiroteado en Cleveland por un agente porque jugaba con una pistola de juguete), Trayvon Martin (un joven de 17 años asesinado por un guardia de seguridad, Freddie Gray (detenido y torturado por la policía en Baltimore).

La violencia racista no es ni mucho menos una novedad en EEUU. Al contrario, es una violencia sangrientamente sorda y cotidiana. Y cada cierto tiempo, las masas levantan barricadas. El país ha vivido decenas de revueltas motivadas por los crímenes raciales de las fuerzas del orden. La novedad quizá es la mayor facilidad tecnológica de los jóvenes negros en conseguir pruebas gráficas de los atropellos que sufren y darlas a conocer a la opinión pública. Las denuncias y vídeos subidos a la etiqueta de twitter #BlackLivesMatter («las vidas de los negros cuentan»), han servido para espolear a miles de personas -de todas las razas- en un renovado movimiento por los derechos civiles en todo el país.

La opresión racial es consustancial a la sociedad norteamericana, porque en última instancia es opresión de clase. Una brutal opresión de color que sostiene y reproduce un sangrante nivel de superexplotación. Durante 40 años, el Estado norteamericano ha incrementado la disparidad racial en pobreza y desempleo. Por cada dólar de riqueza de una familia blanca, una negra tiene cinco céntimos. En 1970 la tasa de pobreza entre los ciudadanos negros era del 33%. Hoy, con un negro en la Casa Blanca, es del 35%.

El execrable crimen fascista de Dylann Roof es sólo el último y lamentable producto sangriento del brutal sistema de explotación y opresión norteamericano. Una superpotencia para el exterior, y una cárcel de miseria y discriminación para sus minorías étnicas.

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