Visita del presidente chino a EEUU

Obama y la trampa de Tucí­dides

En su libro sobre las guerras del Peloponeso, el historiador griego Tucí­dides acachó a la ceguera irracional de la oligarquí­a ateniense, declarando guerras a todo lo que consideraba una amenaza a su hegemoní­a, el declive definitivo de Atenas. Un dilema similar, salvando las distancias, se le presenta hoy a la declinante hegemoní­a norteamericana. Las reacciones a la visita del presidente chino Xi Jinping así­ lo han puesto de manifiesto.

Un acuerdo sobre cíberseguridad en la red y otro sobre reducción en la emisión de gases contaminantes que frenen el cambio climático parece poco bagaje para la visita de Estado que el presidente chino, Xi Jinping, acaba de realizar a EEUU.

Mucho más cuando el viaje se produce en unos momentos en que relevantes fricciones que afectan a la estabilidad global han aumentado en los últimos meses las tensiones entre las dos mayores economías del mundo.

Maniobras de EEUU

En los últimos meses los reiterados anuncios de la Reserva Federal norteamericana sobre su intención de aumentar los tipos de interés antes de finalizar el año han desatado una serie de turbulencias económicas y financieras que han afectado de forma especial a las economías de los países emergentes y a los productores de materias primas.

Un movimiento que ha provocado de inmediato una revalorización artificial del dólar, que se ha disparado en los mercados de divisas mientras, inversamente, los precios de las materias primas y las monedas de los países emergentes han empezado a perder abruptamente valor. Al propiciar esta alza artificial del dólar lo que la oligarquía financiera yanqui busca es atraer una masiva inyección de capitales hacia su economía. Cuanto más se deprecian las monedas de estos países, cuanto más desciende el precio de las materias primas y cuanto más sube el tipo de intereses que paga la Reserva Federal, más atractivo resulta para los capitales mundiales la inversión en dólares, bien sea en los mercados de renta fija (la deuda norteamericana) bien en la renta variable (las bolsas estadounidenses). «China dispone de independencia política para no tener que aceptar y someterse a la ley de bronce del hegemonismo «

Tras la crisis de Lehman Brothers, la Reserva Federal inyectó de forma gratuita (a un interés del 0%) billones de dólares en su sistema financiero. Con este dinero, bancos y fondos norteamericanos han inundado los mercados de todo el mundo, comprando todo lo que se ponía a su alcance, como hemos comprobado en España donde los fondos buitres yanquis se han lanzado a hacerse hasta con los restos del mercado inmobiliario reventado por la explosión de la burbuja. Pero es sobre todo a las economías emergentes, donde los beneficios son por regla general más altos y los precios de compra más bajos, a donde ha acudido esta ingente masa de capital lanzado por la Reserva Federal con el simple recurso de poner en marcha la maquinaria de imprimir billetes verdes.

Una vez inundado el mercado mundial, ahora se trata de poner en marcha el proceso inverso. Y atraer nuevamente a toda esa masa de capitales, junto con los beneficios obtenidos, y ponerla al servicio de recuperar la maltrecha economía norteamericana.

La hegemonía sobre el sistema financiero y un sistema monetario internacional como el dólar como núcleo son dos de las bazas principales que está utilizando EEUU para hacer pagar su crisis al resto del mundo. Por decirlo gráfica y resumidamente: para que la economía norteamericana crezca a un ritmo aceptable para su burguesía monopolista, es necesario que el resto del mundo decrezca. Para que ellos ganen, los demás tienen que perder.

Y eso, es efectivamente, lo que está ocurriendo. Tras el hundimiento de Wall Street en septiembre de 2008, Europa y Japón llevan varios años estancados. Pero ni siquiera eso es suficiente. Ahora le ha tocado el turno a las economías emergentes y vemos ya como Rusia o Brasil están en recesión, mientras que las economías india y china sufren una desaceleración importante.

Tres avisos de Pekín

Es necesario dar este rodeo previo para situar en su contexto la visita de Xi Jinping. Porque mientras una gran parte de los países afectados por las decisiones de la política monetaria norteamericana no disponen de la necesaria independencia política y económica de EEUU para hacerle frente, por el contrario China sí dispone tanto de la independencia política para no tener que aceptar y someterse a esta ley de bronce del hegemonismo, como de los recursos económicos y financieros necesarios para aguantarle el pulso.

Y así, en los meses previos a una visita largamente anunciada y preparada, Pekín se ha encargado de enviarle tres mensajes claros a Washington.

En primer lugar, a mediados del verano anunciando la devaluación del yuan frente al dólar. Durante los últimos años, la política monetaria china había sido la de anclar su valor al dólar, permitiendo una suave pero constante revaluación de su moneda que reflejara su peso real en la economía y el comercio mundial. Como consecuencia de esta política, la moneda china se revaluó en los últimos años un 20% con respecto al dólar. Sin embargo, ahora que EEUU ha empezado a dar el giro de la subida del dólar, el anclaje del yuan a la moneda norteamericana significaba para China una subida del precio de sus mercancías y, en consecuencia, una menor competitividad en un comercio mundial fuertemente resentido por la crisis. Y cuando los halcones de la Reserva federal esperaban el anuncio de una revalución del yuan chino al menos del 10%, se han encontrado con una inesperada respuesta de sentido contrario. Primer aviso claro: nosotros no somos Japón ni Alemania, y no nos van a hacer pagar la factura de su crisis.«Según la agencia Reuters, “China está reescribiendo las reglas de las finanzas globales»

Y no sólo eran palabras. Inmediatamente después del aviso, el Banco Central chino se desprendía de bonos del Tesoro norteamericano por valor de varias decenas de miles de millones de dólares, poniéndolos a la venta en el mercado. Vendió bonos para comprar yuanes, es decir, para apoyar su moneda y el tipo de cambio fijado tras la devaluación. Al poner más dólares en circulación, la moneda estadounidense se fortaleció todavía más por lo que las mercancías chinas con destino a EEUU han pasado a ser automáticamente más baratas mientras que las de EEUU a China son más caras. La intención de China con este movimiento, sin embargo, no es desestabilizar a EEUU, sino avisar de lo que puede hacer.

Sólo unas semanas después, el gobierno chino hacía un anuncio de enorme calado para el futuro de las finanzas globales. El nuevo Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, el sostén financiero del macroproyecto de la nueva Ruta de la Seda, declaraba directa y abiertamente que no va a seguir las normas del FMI para conceder préstamos, normas que desde 1945 han dictado las reglas por las que se mueve el sistema financiero internacional. Un golpe en toda regla al sistema de Bretton Woods y la constatación de que ha surgido una alternativa y un competidor al FMI y al Banco Mundial. Las normas que hasta ahora eran las pautas bajo las que se movía la comunidad financiera internacional están en entredicho. Y no hace falta ser un experto en finanzas mundiales para saber a dónde se van a dirigir ahora los países del mundo a pedir sus préstamos, cuando el nuevo BAII ha declarado que privatizaciones, venta de recursos públicos o desregulación de los mercados de trabajo no van a estar entre sus condiciones para conceder créditos.

Como decía días después la agencia Reuters: “China está reescribiendo las reglas de las finanzas globales mediante la supresión de ciertos condicionamientos exigidos por Occidente para los préstamos. No se pedirá a los prestatarios privatizar o desregular las empresas (…) El BAII refleja el escepticismo de China acerca de las virtudes de las políticas de libre mercado propugnadas por Occidente. La privatización no se convertirá en una condicionalidad de los préstamos. El BAII seguirá las condiciones locales de cada país, no va a obligar a hacer ésto o lo otro y a imponerlo desde el exterior”.

El tercer aviso se producía de forma casi simultánea a este anuncio. En los días previos a la celebración del desfile conmemorativo del 70 aniversario de la victoria china sobre el fascismo japonés, Pekín y Moscú firmaban 30 acuerdos bilaterales, acordando que sus intercambios de petróleo y gas (la parte sustancial de los acuerdos) no serán en dólares, sino en sus monedas respectivas, el rublo y el yuan. Y, a continuación, el gobierno chino decidía que las refinerías autorizadas a importar petróleo, las empresas de propiedad estatal y la Bolsa Internacional de Energía de Shanghai pueden empezar a negociar contratos de petróleo en yuanes. El asunto no es precisamente baladí si tenemos en cuenta que China se ha convertido ya en el mayor importador de petróleo del mundo, por encima de EEUU. Que una de las principales mercancías del comercio mundial pueda empezar a ser negociada en otra moneda distinta del dólar es todo un signo de los tiempos que se avecinan.

La encrucijada de Obama

A pesar de que los avisos de Pekín en estos dos últimos meses no han podido ser más claros, las reacciones de buena parte del establishment de Washington a la visita de Xi Jinping parecen indicar que la ceguera, como le ocurrió a la oligarquía ateniense, se ha adueñado de importantes sectores de la clase dominante yanqui.

Si como muestra basta un botón, el titular del editorial con que el Washington Post recibió la visita del presidente chino no puede ser más elocuente: “es hora de ponerse duro con China”. En él, el influyente periódico norteamericano insta a Obama a hacer “reconsiderar las políticas agresivas” que, en su opinión, ha abrazado la nueva dirigencia china. Augurando de que, en caso de no hacerlo, “es fácil prever una espiral descendente en las relaciones” entre EEUU y China. Y advirtiendo, finalmente, que la contención de la política china “ debe ir más allá de la retórica” y empezar a traducirse en “otras medidas, incluidas las sanciones”, en caso de que los dirigentes chinos no acepten los ultimátums norteamericanos en cuestiones como la cíberdelincuencia, las tensiones en el Mar de China Meridional o las violaciones de los derechos humanos.«Para el Washington Post, es hora de ponerse duro con China»

Y, aunque por el momento, la política oficial de la Casa Blanca sigue siendo la de encontrar un terreno común en las negociaciones con China, a nadie se le escapa que la cercanía de las elecciones presidenciales norteamericanas y el perfil de quienes que hoy aparecen como más firmes candidatos a suceder a Obama están alimentando peligrosamente la tentación de caer en la trampa de Tucídides y poner a Pekín en el punto de mira.

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