Economí­a de mercado y capitalismo monopolista (2)

Acerca de la responsabilidad social de los monopolios

En la entrega anterior («La quimera del león vegetariano»), vimos cómo el escándalo de Wolkswagen trucando la medición de gases de sus motores diésel ha tenido, por lo menos, la virtud de poner en entredicho una de las ideas más difundidas en los programas y discursos de quienes se consideran la nueva izquierda alternativa. Aquella que habla de imponer «responsabilidad social» desde el Estado a los monopolios como lo único realista, la única alternativa posible en nuestros dí­as a la economí­a de mercado. Para hacerlo, nos vimos obligados a dar un pequeño rodeo haciendo un breve repaso sobre algunos de los datos fundamentales de la economí­a mundial para desmontar la absurda y anacrónica idea de que vivimos en una economí­a de mercado y no bajo el dominio de un capitalismo monopolista donde la libre competencia es aplastada cada dí­a por el asfixiante poder de los monopolios.

Una tendencia inevitable

No hay otra política posible, bajo el dominio de los monopolios, que la tendencia inexorable al aumento de la concentración monopolista de la producción, del capital y de la riqueza. Esto es lo que viene pasando desde la aparición del capitalismo monopolista de Estado a finales del siglo XIX y sigue pasando todos los días, tanto en nuestro país como en el resto del mundo: a la gran producción la reemplaza otra producción más grande, a mayor concentración le sucede una concentración mayor. No puede ni hablarse de libre competencia ni de economía de mercado cuando un pequeño puñado de grandes bancos y empresas lo son todo, mientras millones de pequeños productores no son nada.

Hablar en pleno siglo XXI, y hacerlo nada más y nada menos que en Wall Street, el corazón del poder financiero monopolista internacional, de economía de mercado es lo mismo que hablar del flogisto –la fantástica sustancia que los alquimistas supusieron que poseían los cuerpos susceptibles de sufrir combustión– en una convención mundial de premios Nobel de Química.

La cuestión no es baladí. Porque partir de una u otra posición tiene consecuencias políticas radicalmente distintas. Hablar de economía de mercado en nuestros días es ocultar el rasgo distintivo y fundamental que recorre la economía y la política mundial de nuestro tiempo: que enel capitalismo monopolista de Estado no hay otra política posible que la creciente imposición de los tributos, el yugo y la arbitrariedad monopolista al conjunto de la población.

«Relaciones de dominación y de violencia es lo que inevitablemente se deriva de monopolios económicos todopoderosos»

Y que por tanto llamar a la asunción de la “responsabilidad social” por parte de los monopolios es lo mismo que llamar a la imparcialidad de los patronos acerca de si se deben aumentar los salarios de los obreros disminuyendo los beneficios del capital. El monopolio es antagónico con los intereses del 90% de la población. Y, como en la fábula del escorpión y la rana, por su propia naturaleza el monopolio ha nacido y sólo puede desarrollarse mediante la imposición, la fuerza, la coerción y la violencia.

No hace falta remitirse al nacimiento de la Standard Oil – cuando Rockefeller mandaba a sus matones a reventar con dinamita las pequeñas explotaciones petrolíferas de EEUU que se negaban a someterse a sus condiciones– para conocer esta sencilla verdad de todos los días: el monopolio significa la estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad

Cuando unas pocas empresas gigantescas han adquirido la capacidad de controlar -en un país o a escala mundial- el 60 o el 70% del mercado, esto sólo es posible aplicando una política de privación de las materias primas, de la mano de obra, de los medios de transporte, del acceso a los mercados a sus competidores. Obligando a los compradores a sostener relaciones comerciales únicamente con ellos, disminuyendo sistemáticamente los precios con objeto de arruinar a quienes no se someten a los monopolistas, privando de crédito a sus rivales o declarándoles el boicot.

En definitiva, empleando todos los medios, naturales o sobrenaturales, para imponer su dominio exclusivo sobre el mercado. Esta es la única lógica que conoce el monopolio. ¿Y a estos señores es a quienes se pide “responsabilidad social”?

Como dice Lenin, “Las relaciones de dominación y de violencia -violencia que va ligada a dicha dominación-: he aquí lo típico en la ‘nueva fase del desarrollo del capitalismo’, he aquí lo que inevitablemente tenía que derivarse y se ha derivado de la constitución de los monopolios económicos todopoderosos”.

Tragar con ruedas de molino

“¿Por qué cree que los mercados financieros están tan nerviosos tras la llegada al poder de candidatos apoyados por Podemos, deben ponerse nerviosos?

Creo que deben relajarse, porque comprendemos que no hay una verdadera alternativa a la economía de mercado. Sólo pensamos que hay un déficit de fortaleza del consumidor. La gente tiene que obedecer las leyes y pagar sus impuestos”. (Pablo Iglesias, entrevista en The Wall Street Journal. 19-6-2015)

No hay una verdadera alternativa a la economía de mercado y, por tanto, la gente tiene que obedecer las leyes y pagar sus impuestos. ¿Obedecer qué leyes? ¿Pagar qué impuestos?

Las que dictan los intereses de un pequeño puñado de banqueros y monopolistas. No hay más ley ni tributo en las sociedades modernas que éstas.

Ocultar, embellecer que esta es la única ley que impera en las sociedades de capitalismo monopolista, esperar que de ella salga una voluntad de “responsabilidad social” de los monopolios y no un aumento de su yugo y extorsión es abrirle de par en par las puertas a la ideología imperialista para que penetre en el seno del proletariado y las clases populares. Un tipo de ideas que Lenin calificaba ya en 1916 de «socialimperialistas», esto es, de socialistas de palabra pero imperialistas de hecho.

«Quelos intereses de los seres humanos” se pongan por encima de “los del beneficio” no es posible en el capitalismo, mucho menos en su fase monopolista.»

La única línea de demarcación esencial a este respecto es si es posible modificar con reformas las bases del capitalismo monopolista de Estado, la de saber si lo que hay que hacer es avanzar ahondando las contradicciones engendradas por el imperialismo o hay que llamar a las masas a retroceder, buscando algo imposible: atenuar o “suavizar” dichas contradicciones.

En vez de analizar y poner al descubierto en toda su profundidad las contradicciones y el antagonismo del capitalismo monopolista de Estado, lo que hay en las palabras de Pablo Iglesias es únicamente la vieja cantinela reformista de ocultarlo, apelando a quelos intereses de los seres humanos” se pongan por encima de “los intereses del beneficio”; como si esto fuera posible en el capitalismo, y mucho menos en su fase monopolista.

Defender para la época del capital financiero la “superación del marco de la democracia liberal” y elcontrol social del mercado” es engañarse uno mismo y confundir a las masas haciéndoles creer que es posible una vuelta atrás, del capitalismo monopolista al capitalismo no monopolista. ¡Pero si es precisamente del capitalismo del librecambio de donde ha surgido -y este era su camino inevitable por las propias leyes del desarrollo capitalista- el monopolio! Detrás de todas esta palabrería no hay, como dice Lenin, más que “reaccionarismo y reformismo burgués”.

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