Terremoto post-electoral en el PSOE

De piedra angular a eslabón débil

Cuentan las crónicas que en la reunión del Comité Federal del PSOE del pasado 28 de diciembre sólo faltó que alguien pusiera una dosis de cicuta en las manos del secretario general, Pedro Sánchez. Tras el debate sobre la celebración inminente del Congreso o su postergación unos meses, se escondí­a en realidad una auténtica moción de censura dirigida a impedir que Pedro Sánchez repita como candidato en caso de celebración de nuevas elecciones.

Dice el refrán que donde no hay harina todo es mohína. Algo así le ocurre al PSOE desde las elecciones de noviembre de 2011.

Su retroceso en cada cita electoral, la hemorragia sin fin de votantes han alcanzado su máxima expresión el pasado 20-D. Con apenas 6 millones de votos y 90 escaños, el PSOE ha pasado de ser el partido que durante casi 40 años ha sido la piedra angular del modelo político y el sistema de partidos en España, a su eslabón débil donde han pasado a concentrarse de forma extraordinariamente virulenta todas las contradicciones provocadas por el tsunami político del 20-D. «Los ataques contra Pedro Sánchez han alcanzado las últimas semanas una ferocidad sin precedentes»

Desde antes incluso de las primeras elecciones democráticas de 1977, el PSOE ya estaba configurado como una de las piedras angulares sobre las que debía sostenerse la transición española. Con el apoyo abierto de la socialdemocracia alemana y el encubierto de la embajada norteamericana en Madrid, el PSOE de Felipe González estaba llamado a hegemonizar el voto de izquierdas en España, evitando que lo hiciera un PCE que había llevado todo el peso de la lucha antifranquista pero tenía demasiadas conexiones con Moscú.

Desde entonces, el PSOE ha jugado ese papel de piedra angular. Fuera en el gobierno -las más de las veces- o en la oposición -las menos-, el PSOE de los Felipe González, Almunia, Zapatero o Rubalcaba ha ocupado siempre ese papel central de gestor de primer rango de los intereses de la clase dominante.

La insinuación por parte de Pedro Sánchez de su disposición a explorar la posibilidad de un acuerdo con Podemos y Ciudadanos para formar un gobierno alternativo a Rajoy –“el peor escenario posible”, como lo calificó el Wall Street Journal – movilizó inmediatamente a las poderosas fuerzas capitaneadas por la sultana andaluza Susana Díaz, jefa de la más importante federación del PSOE, lanzándose con furia contra la cabeza de Pedro Sánchez. Los ataques contra éste han alcanzado las últimas semanas una ferocidad sin precedentes, hasta el punto de que muchos analista hablan ya de que, de seguir las cosas por estos derroteros, estaríamos ante un más que probable “suicidio político” del PSOE.

Sin embargo, por su propia naturaleza, los aparatos de poder –y el PSOE lo es, y en grado sumo– no se suicidan, más bien “los suicidan”.

Y esto es, efectivamente, lo que estamos viendo estos días.

Nada más conocerse los resultados del 20-D, la opción de formar un nuevo gobierno que avanza es la de una gran coalición al estilo alemán con PP, PSOE y Ciudadanos que, en palabras del director adjunto de La Vanguardia, Enric Juliana, “gustaría mucho en Bruselas y Berlín y contaría con el decidido aplauso del Ibex-35”.

Las presiones y movimientos de la oligarquía y el hegemonismo dirigidas a hacer posible esta alternativa, son las que explican la tormenta perfecta desatada en el PSOE tras el 20-D, con la rebelión de los barones encabezados por Susana Díaz. Aún a costa de sacrificar el liderazgo de Pedro Sánchez e incluso las expectativas del PSOE de llegar nuevamente al gobierno.

Las espadas están en alto. Nada está todavía decidido. Las presiones sobre Pedro Sánchez y su equipo son enormes. De su capacidad de resistirlas depende en buena medida la posibilidad de formar otro gobierno que no guste tanto a Bruselas, Berlín y el Ibex 35.

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