El impeachment contra Dilma Rousseff se pone en marcha

No diga impeachment, diga Golpe de Estado

Un golpe de Estado de nuevo tipo está en marcha en Brasil. A pesar de haber ni una sola prueba en su contra ni imputación judicial alguna, el juicio polí­tico (impeachment) contra la presidenta Dilma Rousseff ha conseguido los votos de los dos tercios de la Cámara de los Diputados para iniciarse. No estamos ante una moción de confianza, ni ante las artimañas de la derecha brasileña deseosa de venganza contra el PT. El impeachment contra Dilma -al igual que el espectáculo mediático de la detención televisada de Lula de hace pocas semanas- forma parte de la ofensiva de ‘golpes blandos’ instigados desde Washington contra los gobiernos progresistas del frente antihegemonista. Brasil es el objetivo principal de la ofensiva norteamericana en América Latina

Por 367 votos a favor y 137 en contra, un Parlamento dominado por los enemigos del PT ha aprobado el juicio político contra Dilma Rousseff, que ahora debe pasar al Senado. El impeachment ha podido salir adelante gracias a la catarata de traiciones de los hasta ahora socios de gobierno del PT. Primero rompió filas el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), y esta última semana otros tres ‘aliados’ -PP, PSB y PR- han abandonado a Dilma justo en el peor momento.

Todos ellos han justificado su deslealtad alegando la necesidad de ‘luchar contra la corrupción del PT’, manchado por los escándalos del caso Lava Jato. Pero basta un vistazo a los principales actores de esta farsa para comprender que la ‘lucha contra la corrupción’ o la sanidad democrática nada tiene que ver con el impeachment. «Con la luz verde al impeachment golpista, los sicarios políticos, mediáticos y judiciales al servicio de Washington buscan derribar al gobierno del PT»

El propio presidente de la Cámara de Diputados y una de las cabezas del PMDB -‘martillo de herejes’ contra Dilma y Lula, e instigador del juicio político- es el ultraconservador Eduardo Cunha, uno de los políticos más corruptos de Brasil. Mientras que los tribunales no han podido encausar a Dilma o a Lula -tras no encontrar ni una sola prueba de corrupción alguna- Cunha está siendo juzgado por la Corte Suprema por corrupción en el sistema multimillonario de coimas de Petrobras, y se le han hallado varias cuentas multimillonarias en Suiza. Igualmente enjuiciados por casos de corrupción están 36 de los 38 diputados de la comisión especial que ha impulsado el proceso de impeachment, así como un tercio de los diputados del Congreso de mayoría opositora, que no tienen pudor en decir querer “acabar con la corrupción y el robo”. Como si el PP valenciano encabezara una cruzada contra los pagos en B.

Durante más de 43 horas de jornadas parlamentarias los brasileños han asistido a un bochornoso rosario de alegatos por el impeachment que van de las patriótico-religiosas (“por mi patria”, “por Dios y mi familia”) a las nada disimuladamente golpistas, como los diputados que gritaron vivas “a los militares del 64” y al propio torturador de Dilma Rousseff, el coronel Brilhante Ustra. Ni una sola defensa argumentada de los cargos de los que se acusan a la presidenta.

Pero lo grotesco y despreciable de los farsantes parlamentarios no debe distraernos acerca del verdadero director y guionista de la telenovela del impeachment. «El golpe parlamentario es una operación muy sofisticada que apenas tiene orígenes en Brasil, es una acción internacional y orquestada desde Estados Unidos», dice sin paliativos el analista brasileño Beto Almeida.

Dentro de su estrategia de EEUU para todo el continente, dirigida a erosionar y derribar a los gobiernos progresistas de América Latina por medio de la estrategia de los ‘golpes blandos’, Brasil es su objetivo principal. Es el país que por su peso económico, territorial y demográfico, constituye el fiel de la balanza capaz de provocar que Latinoamerica dé un giro hacia atrás, un brutal retroceso en las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas por sus gobiernos antihegemonistas en las dos últimas décadas.

Han conseguido desgastar a Cristina Fernández de Kirchner y forzar la victoria de Macri en Argentina, asediar al gobierno bolivariano de Venezuela con una guerra económica, guarimbas y el boicot parlamentario. Han descargado su artillería mediática y promovido la bronca callejera contínua contra Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia. Ahora los sicarios políticos, mediáticos y judiciales al servicio de Washington en Brasil buscan derribar al gobierno del PT. Un gobierno que de la mano de Lula y Dilma ha conseguido sacar a más de 30 millones de brasileños de la pobreza y convertir al país -del ‘enfermo crónico de América Latina’- en una de las grandes economías emergentes del mundo, gracias a las altas cotas de soberanía conquistadas.

Con la luz verde al impeachment golpista, Brasil entra en un periodo aún más agudo de desestabilización económica, política y social. Pero quien piense que la batalla ya está ganada para la derecha proyanqui y sus señores del Departamento de Estado, es que no conoce la fortaleza de una izquierda brasileña curtida durante décadas de terratenientes sanguinarios, escuadrones de la muerte y regímenes militares. La enorme base social -de millones de brasileños- del PT aprieta los dientes y llena las calles, gritando una y otra vez la misma consigna: ¡Não vai ter golpe! ¡Vai ter lucha! ¡No va a haber golpe! ¡Va a haber lucha!.

No, la batalla de Brasil está lejos de haber acabado. Ni Washington y sus títeres golpistas, ni la izquierda antihegemonista carioca han mostrado aún todo su músculo. Esperen y vean.

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