30 años del accidente de Chernobyl

La llaga radiactiva del socialfascismo

Chernobyl es la más perdurable herencia -sus efectos durarán miles de años- de la superpotencia soviética, el ejemplo más tóxico de las consecuencias de poner la energí­a nuclear en manos de una burguesí­a imperialista.

A pesar de todo lo que dijo la prensa occidental -achacando el accidente a la obsoleta tecnología rusa- Chernobyl era una central moderna para la época, que se ponía como ejemplo de seguridad por los expertos del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). La llaga nuclear de Chernobyl -como la de Fukushima- no es fruto de un “problema técnico” ni de una “ineficiencia tecnológica”. La energía nuclear no es segura. Y lo es menos todavía en manos de las grandes potencias, que ponen por delante sus intereses imperialistas a la seguridad de su población o del medio ambiente. Y sobretodo a cargo de un Estado soviético que sometió a su pueblo a una cárcel de opresión y que trató de ocultar bajo toneladas de hormigón, silencio y manipulación su responsabilidad criminal en la catástrofe.

Pese a las felicitaciones de la OIEA, el diseño de la central era altamente peligroso, sin medidas de contención y su reactor resultaba muy inestable a baja potencia. Por eso, durante unas pruebas de seguridad, la excesiva temperatura desencadenó una enorme explosión que liberó una gigantesca cantidad de radiactividad, obligando a la evacuación de los 215.000 habitantes de la ciudad de Chernobyl y de las poblaciones cercanas.

La catástrofe dejó un radio de 30 km en torno a la central que será eternamente inhabitable, una extensión de 155.000 km2 -equivalente a la tercera parte de la Península Ibérica- entre los territorios de las actuales Ucrania, Rusia y Bielorrusia gravemente contaminada, y una nube radiactiva que cruzó toda Europa (llegando incluso hasta el norte de España) y que dejó un rastro de muerte y cáncer invisible a su paso. La cantidad de materiales radiactivos y tóxicos expulsados en la explosión -plutonio, uranio, cesio, yodo, estroncio- fue unas 500 veces mayor que el liberado por la bomba atómica de Hiroshima.

La cifra de víctimas de Chernobyl es tan difusa y sutil como la muerte que provoca la radiación. No existe consenso, sobretodo porque la OMS (Organización Mundial de la Salud) aceptó las cifras a la baja de víctimas mortales que lanzaba la OIEA. Sin embargo, según la aseguradora Swiss Re el número de muertes directas e indirectas alcanza los 165.000, y según la Academia de Ciencias Rusa la cifra se eleva a 200.000 víctimas mortales.

«Chernobyl es la herencia radiactiva y milenaria de la burguesía burocrática fascista soviética»

Fueron hasta 600.000 personas -los llamados liquidadores- los que recibieron dosis de radiación por los trabajos de descontaminación, y siguen pagando con cáncer y mutaciones las consecuencias de su heroísmo. Hasta 5 millones de personas viven en áreas contaminadas. Por no decir que la nube de plutonio atravesó 13 paises europeos. No existen trabajos concluyentes de hasta donde se extiende la influencia letal de Chernobyl, pero sí se sabe que la prevalencia de leucemia o cáncer de tiroides de las áreas próximas de Rusia y Ucrania -y sobretodo de Bielorrusia, el país más afectado, donde la mitad de la población presenta mutaciones en sangre- se han multiplicado por cien.

“El accidente de Chernóbyl demostró que la inseguridad de las centrales nucleares no solo afecta al país que se aprovecha de su energía sino que los efectos de un accidente pueden afectar a territorios y personas situados a miles de km”, dice Ecologistas en Acción.

Y la pesadilla radiactiva de la URSS no ha acabado aún. El sarcófago de hormigón con el que se cubrió el reactor está seriamente dañado. Ha sufrido derrumbes y tiene 200 m2 de grietas por las que se filtra agua de lluvia hasta el subsuelo de la zona, y por las que continúa escapando radiactividad. Chernobyl es la herencia radiactiva y milenaria de la burguesía burocrática fascista soviética, el legado tóxico de una superpotencia a punto de implosionar.

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