México

Mí‰XICO: DEBILIDADES Y FORTALEZAS (2)

Quizá el viajero deberí­a tomar una sana precaución antes de viajar a México: consiste, sencillamente, en leer: «Instrucciones para vivir en México», de Jorge Ibargüengoitia, uno de los mejores escritores mexicanos del siglo XX, nacido en Guanajuato en 1928 y muerto en Madrid en 1983, en un trágico accidente aéreo. Aunque las crónicas y artí­culos periodí­sticos que se han recogido en este libro datan de los años 60 y 70, la mirada de Ibargüengoitia sobre lo mexicano es tan profunda, certera (e irónica), que traspasa con facilidad las murallas del tiempo, y consigue ofrecernos ese conjunto de impresiones que nos permiten construirnos una imagen bastante fiable de algo tan complejo y difí­cil de atrapar como es «la huella o el carácter nacional»

Con un tono desenfadado y ameno, como si fueran las meras impresiones de un observador, Ibargüengoitia va desgranando las lacras de su país, con un evidente (aunque nunca confesado) interés «regenerador». Aquí están todas las incongruencias de la compleja historia de un país, que debe asimilar el mestizaje de dos razas y dos culturas muy distintas (la prehispánica y la posterior a la Conquista), que tiene que afrontar las incongruencias de una Revolución que se fue traicionando a sí misma desde un principio, hasta institucionalizarse en un poder burocrá- tico (a pesar de lo cual, transformó toda la epidermis del país); aquí está toda la pesadez burocrática de un poder ceremonioso, donde cada jefecillo de delegación es un «rey» (hasta que lo sustituyen por otro igual); un país donde los servicios públicos funcionan (cuando funcionan) al albur de cada cual; un país sobre el que pesa la sombra omnipotente del vecino del Norte, y donde la desidia, la improvisación, la incompetencia y la violencia campan por sus fueros.

En gran medida, lo que denuncia Ibargüengoitia sigue siendo real en el momento actual. E, incluso, en algunos aspectos la situación lejos de mejorar ha empeorado, como es en los temas de la violencia y la corrupción. La violencia de los cárteles de la droga se ha convertido en una espiral incontrolada, que ha alcanzado un estado casi de conflicto militar a raíz de que el Estado le declarara la guerra abierta al narcotráfico. Pero con ser esta «guerra» un conflicto ya de por sí bastante sangriento, no es la única forma de violencia existente en el país: desde el poder (municipal, policial, judicial, estatal…) son frecuentes los casos en que distintos conflictos y contradicciones se resuelven con métodos absolutamente salvajes, como es al caso (aún irresuelto) de los 43 estudiantes desaparecidos en Guerrero, con la connivencia del alcalde, la policía y grupos de sicarios, y con la cobertura y el silencio cómplice de unas autoridades estatales que han hecho todo lo posible y lo imposible por cerrar y enterrar el caso. Y aún esto no agota el capítulo de la violencia que tienen que padecer a diario los mexicanos: también una parte de la sociedad, al hilo de la tolerancia y la tradición, y la extrema pobreza que aún afecta a un tercio de la nación, se ha lanzado a practicar la extorsión sobre otra parte de la población (desde los secuestros exprés a las amenazas de muerte), lo que acaba por completar un cuadro siniestro en el que prácticamente se puede afirmar que no hay ya ninguna familia en México que en los últimos diez años no se haya visto directamente afectada por una de estas formas de violencia. A todo lo cual hay que sumar el «feminicidio» escandaloso de ciudades como Ciudad Juárez o Ecatepec, ante el cual la pasividad del Estado es realmente intolerable.

«México es el mayor desafía a la «seguridad nacional» de EEUU»

Violencia, además, contra la que la sociedad está prácticamente indefensa, dada la corrupción que anida en los distintos aparatos del Estado. ¿A quién y adónde denunciar, si es bien probable que la policía esté conectada con los delincuentes que extorsionan, o si el juez está en connivencia con la policía o los mafiosos? A la entrada de los aeropuertos y las autopistas, un nuevo cuerpo policial reparte ahora unas tarjetas con un teléfono animando a la población a denunciar cualquier abuso o soborno por parte de los propios cuerpos policiales: la medida, sin duda, es sui géneris (y quizá demuestra una voluntad real de luchar contra la corrupción), ¿pero quién asegura que al otro lado de la línea hay alguien verdaderamente dispuesto a llegar hasta el final en la clarificación de la denuncia?

Culminar victoriosamente la lucha contra el narcotráfico (y su capacidad de «corromper» policías, y jueces y fabricar sicarios a partir de jóvenes pobres); acabar con la impunidad policial; poner coto a toda forma de extorsión y amenazas contra la población; limpiar los cuerpos represivos de policías y militares corruptos, en definitiva, reformar el Estado de tal forma que no sea un nido de víboras, acostumbrado a vapulear impunemente a la población, es una exigencia básica para que México pueda afrontar con garantías el futuro. Y para que pueda recobrar la plena soberanía nacional.

No se puede obviar que la violencia es un mecanismo que divide y confronta al país, que la guerra del narco (librada con armas adquiridas libremente en la frontera de EEUU) es un instrumento más de los muchos que utiliza el vecino del Norte para dividir y debilitar al país e impedir que exista un México unido y poderoso, que sería sin duda una pesadilla para La Casa Blanca, para la que México es la primera prioridad nacional. La obsesión de Donald Trump por México no es una «cuestión personal». El incontrolado magnate gringo, autoerigido en candidato republicano a la presidencia de EEUU, no hace más que expresar en voz alta y sin censura la preocupación que anida en Washington ante el desafío de su frontera sur y ante el fortalecimiento del peso de la comunidad hispana en EEUU. Solo por recordar un caso, hace unos meses se conoció que la población de origen hispano (fundamentalmente, en este caso, provenientes de México) es ya mayoritaria en el estado de California.

«La sociedad está practicamente indefensa ante la violencia, dada la corrupción que anida en los distintos aparatos del estado»

Pese a sus muchos problemas internos, al desbordamiento de la violencia, a la guerra interna contra el narco (todo el país está, a día de hoy, patrullado por el Ejército) y a la gangrena del Estado, México es el mayor desafío a la «seguridad nacional» de EEUU. Una nación orgullosa de su historia y de su cultura, de su bandera y de su identidad, es siempre un quebradero de cabeza para el Imperio, que busca la sumisión y la debilidad de sus «aliados y socios». Si esa nación es además el mascarón de proa de un gigantesco navío de casi 400 millones de hispanos, entonces el asunto se pone feo.

México es además un foco cultural de enorme importancia, que irradia no solo a todo el mundo hispano, sino que ha entrado ya con una fuerza enorme en los propios EEUU. Baste recordar que, en las tres últimas entregas de los Oscars de Hollywood, han subido a la palestra siempre directores mexicanos. Y lo mismo ocurre en la música y en la literatura. Una nación no es solo su PIB, es también la energía y la fuerza de su cultura, la vitalidad de su pueblo, la creatividad de su gente. Y en todos estos ámbitos, México está muy vivo. Vivito «y coleando».

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