Colombia: gobierno y FARC firman la paz

La guerra más larga de América acaba por fin

La sangrienta guerra entre el gobierno colombiano y la narcoguerrilla de las FARC -el conflicto más largo de Latinoamérica- toca a su fin. Con la fima de la paz en La Habana, ante el secretario general de la ONU y representantes de Venezuela, Ecuador, EEUU y la UE, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, y el lí­der de las FARC Timochenko, dejan atrás medio de siglo de enfrentamientos, con más de 200.000 muertos, 7 millones de desplazados y 80.000 desaparecidos. Una guerra que se habí­a convertido en un poderoso mecanismo de intervención y control norteamericano sobre Colombia y el resto del continente. El acuerdo, largamente negociado durante varios años bajo los auspicios de Cuba, no sólo compromete al cese definitivo de las hostilidades y al desarme y disolución pací­ficas y por etapas de las FARC, sino que establece bases para que la paz sea duradera, acordándose polí­ticas de desarrollo agrario y de participación polí­tica, de eliminación del narcotráfico, de resarcimiento a las ví­ctimas del conflicto, de desmantelamiento y persecución de las bandas paramilitares y de garantí­as de amnistí­a y protección a los futuros ex-guerrilleros. Colombia todaví­a recuerda la persecución y el exterminio gubernamental del partido izquierdista Unión Patriótica -cercano a las FARC- en los años 80. La guerra entre gobierno y FARC era una llaga tan enquistada en la sociedad colombiana que en torno a ella se ha montado todo un lucrativo negocio, vinculado al narcotráfico y a la venta de armas y material bélico. Pero sobretodo, la guerra se ha transformado en un formidable instrumento de dominación social de la oligarquí­a terrateniente criolla y sobretodo del hegemonismo norteamericano. Los primeros utilizan el pretexto de la lucha contra la guerrilla para promover el paramilitarismo fascista y perseguir a lí­deres campesinos y obreros, militantes sindicales o revolucionarios, o activistas de los derechos humanos estuvieran o no vinculados a las FARC. El hegemonismo norteamericano ha tenido en la guerra contra las narcoguerrillas la excusa perfecta para intervenir hasta la médula -a través de la CIA o la DEA- el Estado y el ejército colombianos. Por eso, el fin de la guerra en Colombia no sólo acaba con este instrumento de intervención y control, sino que crea muchas mejores condiciones para el pueblo colombiano en su lucha por su soberaní­a y desarrollo.

El acuerdo, largamente negociado durante varios años bajo los auspicios de Cuba, no sólo compromete al cese definitivo de las hostilidades y al desarme y disolución pacíficas y por etapas de las FARC, sino que establece bases para que la paz sea duradera, acordándose políticas de desarrollo agrario y de participación política, de eliminación del narcotráfico, de resarcimiento a las víctimas del conflicto, de desmantelamiento y persecución de las bandas paramilitares y de garantías de amnistía y protección a los futuros ex-guerrilleros. Colombia todavía recuerda la persecución y el exterminio gubernamental del partido izquierdista Unión Patriótica -cercano a las FARC- en los años 80. «El hegemonismo norteamericano ha tenido en la guerra contra las narcoguerrillas la excusa perfecta para intervenir hasta la médula el Estado y el ejército colombianos»

La guerra entre gobierno y FARC era una llaga tan enquistada en la sociedad colombiana que en torno a ella se ha montado todo un lucrativo negocio, vinculado al narcotráfico y a la venta de armas y material bélico. Pero sobretodo, la guerra se ha transformado en un formidable instrumento de dominación social de la oligarquía terrateniente criolla y sobretodo del hegemonismo norteamericano.

Los primeros utilizan el pretexto de la lucha contra la guerrilla para promover el paramilitarismo fascista y perseguir a líderes campesinos y obreros, militantes sindicales o revolucionarios, o activistas de los derechos humanos estuvieran o no vinculados a las FARC. El hegemonismo norteamericano ha tenido en la guerra contra las narcoguerrillas la excusa perfecta para intervenir hasta la médula -a través de la CIA o la DEA- el Estado y el ejército colombianos.

Por eso, el fin de la guerra en Colombia no sólo acaba con este instrumento de intervención y control, sino que crea muchas mejores condiciones para el pueblo colombiano en su lucha por su soberanía y desarrollo.

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