Escuelas de Marxismo de Unificación Comunista de España

Incompatibles con la vida

«La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesí­a se ha hecho incompatible con la sociedad». (C. Marx y F. Engels. El Manifiesto Comunista) Desde esta tajante toma de posición de Marx y Engels abordamos en la Escuela de Marxismo de Unificación Comunista de España la posición que los comunistas debemos tomar ante la defensa de los derechos humanos. El dominio de las principales potencias imperialistas, encabezadas por la superpotencia norteamericana, no puede imponerse sino atacando frontalmente los intereses más básicos de toda la humanidad. Por eso se ven obligados a triturar, a negar y conculcar diariamente, los mismos «derechos humanos» que la burguesí­a reivindicó en sus revoluciones durante los siglos XVII y XIX. Para que hoy se cumplan los derechos humanos es necesario acabar con el dominio que las burguesí­as más poderosas ejercen sobre nuestras vidas.

El “sagrado” derecho a la propiedadDesde algunos sectores de la izquierda se afirma que los “derechos humanos” son un programa que comparte toda la humanidad, y que por tanto está por encima de las clases. Critican a la burguesía que no fuera consecuente con las promesas de “libertad, igualdad y fraternidad”. Y afirman que el socialismo surgió de la “radicalización” del mismo programa democrático presentado por las revoluciones burguesas.

Es importante aclarar que esto no es verdad. La democracia que conceden las revoluciones burguesas es de clase. Incluso la Revolución Francesa, la más “progresista” de todas las revoluciones burguesas, y que inspirará la primera redacción de los “derechos del hombre”, nace prohibiendo a la clase obrera el derecho a organizarse frente a los capitalistas.

En 1791 la ley de Chapelier confirmaba la desaparición de los gremios, propia del sistema feudal, y lo aprovechaba para prohibir en su artículo 4 cualquier coalición de trabajadores para buscar aumento de salarios. El Código Penal francés de 1810 consideraba como delito las coaliciones de trabajadores, los sindicatos, con penas de entre dos y cinco años de prisión.

La burguesía revolucionaria francesa reconoce en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano el derecho a “la resistencia a la opresión” cuando es ella quien se levanta contra el dominio feudal. Pero, una vez tomado el poder, legisla de forma concreta para negar a los obreros cualquier capacidad de resistencia frente a la explotación, cualquier forma de organización como clase.

No existen los “derechos humanos” al margen y por encima de las clases. Los “derechos humanos” son los derechos del hombre burgués. Y el primer derecho burgués es el de poder explotar la fuerza de trabajo.

El núcleo de la Declaración de los Derechos Humanos es justamente afirmar el derecho inalienable a la propiedad privada sobre los medios de producción. Y desde él hay que leer el resto de derechos.

El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 establece que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos”.

Libres porque es necesario que no estén sujetos por el yugo de las relaciones de vasallaje que imponía la servidumbre feudal, para poder convertirse en proletarios.

Iguales porque hay que sustituir los viejos privilegios de nacimiento feudales por la competencia capitalista.Pero esa libertad e igualdad tiene, para la burguesía, un límite estricto. El que marca el segundo artículo, donde se establece que uno de los derechos “naturales e imprescriptibles”, del hombre es el derecho a la propiedad, “del que nadie podrá ser privado”.

“La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos”, dice el artículo IV. Y con ello la burguesía establece su propia concepción burguesa de la libertad: todo aquello que atente contra la propiedad privada sobre los medios de producción, un “sagrado e inviolable” derecho del hombre, no cabe en ella.

En El Manifiesto Comunista, Marx y Engels evidencian el antagonismo entre el programa de “derechos humanos” de la burguesía y los objetivos revolucionarios del proletariado:

“En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.

¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa (…)Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis? Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sí, a eso es a lo que aspiramos”.«La Revolución Francesa, la más “progresista” de todas las revoluciones burguesas, nace prohibiendo a la clase obrera el derecho a organizarse frente a los capitalistas»

Su explotación niega nuestros derechosPero el dominio de la burguesía no es hoy el mismo que en los siglos XVIII o XIX. Se ha fortalecido y hecho mucho más reaccionario.

Si en la época de Marx era “incompatible con la sociedad”, hoy podemos decir que es antagónico con la vida.La actual Declaración Universal de los Derechos Humanos se firma en 1948. Ha finalizado la IIª Guerra Mundial, con la irrupción de EEUU como superpotencia pero también con un avance de la revolución, con una mayor influencia de la URSS, la inminente revolución china o la oleada descolonizadora que dará origen al Tercer Mundo.

Los derechos humanos, firmados por EEUU, actúan como “muro de contención” frente al “peligro rojo”, como lo harán los posteriores Estados del bienestar en Europa occidental.

Pero el dominio actual del capital monopolista, de las principales potencias imperialistas, encabezadas por la superpotencia norteamericana, no puede sino atacar la letra y el espíritu de los derechos humanos.

Solo pueden usurpar esa bandera para justificar las guerras, invasiones y agresiones contra otros países y pueblos. Pero atacando realmente todos y cada uno de los artículos de la que sigue siendo hoy la vigente declaración de los derechos humanos.

Que en el artículo 2 afirma: “toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción de raza, color, sexo (…)”. Solo hace falta mirar hacia EEUU para comprobar la insoportable opresión hacia los negros en el corazón del imperio.

Sigue estableciendo en el artículo 3 que “todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad de su persona”.Un derecho que no existe en Siria, en Palestina… gracias a las guerras desatadas por EEUU.

Afirma en el artículo 14 que “toda persona a buscar asilo y a disfrutar de él”.Mientras se persigue a los refugiados sirios que huyen del infierno.

Y establece en el artículo 23 que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones satisfactorias y equitativas de trabajo y a la protección contra el desempleo”. Un derecho que es triturado a golpe de recortes.

Defender hoy el cumplimiento efectivo de los derechos humanos es revolucionario. Porque se enfrenta a los intereses de los que de verdad mandan en el mundo.

Para que se cumplan los derechos humanos establecidos en 1789 o en 1948 es imprescindible derrocar el poder que hoy ejercen las grandes potencias imperialistas, con EEUU a la cabeza, y los principales monopolios.

Bajo su dominio es absolutamente imposible garantizar los derechos y libertades más básicos de la humanidad.

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