EEUU

Un Imperio en decadencia

Las dos últimas administraciones norteamericanas, la de Bush y la de Obama, no sólo han fracasado en su intento por detener el declive imperial de Estados Unidos, sino que éste se ha acelerado. Sólo desde aquí­ es posible explicar la aguda división de la burguesí­a monopolista norteamericana.

Hay una pregunta que la clase dominante norteamericana coincide en hacerse: ¿cómo garantizar la hegemoní­a cincuenta años más? La división está en la respuesta. Dos lí­neas, dos sectores de su burguesí­a monopolista, dos respuestas a la pregunta inicial, que determinan el rumbo de los EEUU con consecuencias que nos afectan a cada paí­s del planeta.

Trump representa la alternativa ganadora en el seno de la gran burguesía norteamericana sobre como conservar y fortalecer su hegemonía mundial, haciendo frente a una aceleración de su declive, en condiciones cada vez más difíciles porqque la aceleración de su decandencia le genera nuevas y agudas contradicciones con los países y pueblos del mundo, incluso con sus aliados y su propio pueblo. Los lemas de su campaña “América primero” o “Devolvamos a América su grandeza”, están directamente relacionados como una alternativa para contener la hemorragia de un declive global que no han detenido ni la presidencia de Bush ni la de Obama.

La acelerada decadencia de EEUU

EEUU está en declive. Lo que no significa que vaya a dejar de ejercer su papel de Imperio en un corto plazo de tiempo. Como potencia hegemónica cuenta con los inmensos recursos que le procura su posición de dominio para retrasar ese momento. Aunque por ahora el ritmo del ocaso se acelera.

A finales de los 90 el asesor del Gobierno norteamericano Zbigniew Brzezinski publicó un libro (El gran tablero mundial) con un pormenorizado análisis situando los puntos claves en que se decidiría su futuro poder. En sus conclusiones escribía: «A largo plazo, la política mundial está obligada a alejarse cada vez más del concepto de concentración del poder hegemónico en manos de un solo estado. (…) El poder económico también es probable que se disperse. En los próximos años, ninguna potencia es probable que alcance el nivel del 30 por ciento o menos del Producto Interior Bruto (PIB) mundial que Estados Unidos mantuvo durante gran parte de este siglo, por no hablar del 50 por ciento a la que llegó en 1945.» Esos «próximos años» llegaron pronto: el PIB de EEUU ya había bajado al comienzo de siglo a ese límite que pronosticaba Brzezinski, un 31,8% del total mundial.

A partir de ahí, lo que se presuponía un rápido y rentable golpe de fuerza en Irak y Afgansitán, se saldó con una matanza, decenas de miles de heridos, y una deuda disparada para financiar el ejército imperial empantanado en Asia, actuando como un extraordinario acelerador del declive: Una década más tarde su PIB ya solo representaba un 21,6%, del total mundial y hoy menos del 20%. (En 2010 -ya con Obama- el Pentágono todavía gastaba en esas guerras heredadas, a un ritmo de 12.200 millones de dólares mensuales, y van ya quince años).

La era Bush le recordó al planeta entero que el imperio es poderoso pero no invencible, alentando la independecia y soberanía de numerosas naciones. La mayoría de las grandes corporaciones mundiales son aún estadounidenses y acumulan el 50% de todos los activos del planeta. Pero la reducción en el porcentaje de riqueza mundial que representa su PIB significa que otras naciones pueden realizar inversiones industriales, dar créditos a otros países, competir por las materias primas, sostener un aparato militar para defenderse de la presión norteamericana, disputar campos enteros de investigación punteros como la carrera espacial, comunicaciones… y en definitiva reducir y limitar la cuota de riqueza que EEUU se lleva de cada nación en virtud de su poder.

Así que para EEUU los costes de mantener su imperio le demandan destinar una cantidad creciente de recursos propios o, como venimos sufriendo en España, exigir una cuota mayor a los vasallos no rebelados. Pero esto en definitiva acrecienta su debilidad. Asfixiados para mantener la nueva Roma en pie, hasta los aliados europeos -aún tímidamente-, tenderán a buscar aire donde sea: por ejemplo recordemos que 18 naciones de la UE se han sumado al Banco Internacional de Inversiones e Infraestructuras que China promueve como alternativa al Banco Mundial, que controla Washington.

Del caos al crack

Para financiar ese inmenso gasto militar se favoreció la creación de un ingente volumen de capital ficticio desde Wall Street (reventa de hasta 45 veces los mismos títulos de créditos, hipotecas, bonos… combinando su composición en paquetes financieros) que luego conocimos algunos como las hipotecas subprime, y que los gobiernos europeos tragaron sin rechistar. Esa burbuja, en realidad un estafa piramidal, explotó en el crack de 2007. Tapar el agujero generado obligó a imprimir toneladas de dólares y esperar que el poder financiero de EEUU obligase al resto del planeta a absorberlos sin que cayera su valor. El resultado: un déficit descontrolado. Entrevistado por el Financial Times, el comtroller general, funcionario del Congreso que supervisa el gasto público, señaló que el desequilibrio fiscal que padecen significa que el país está “en camino hacia una explosión de la deuda”.

Y si la deuda pública supera su PIB, la Reserva Federal de Estados Unidos reconoce que se multiplica por cinco si le suman la deuda privada. Y esa espiral de deuda continúa, empujados a emitir más y más bonos, para pagar los intereses y los vencimientos de deudas acumuladas. Recordemos que durante el mandato de Obama por dos veces se agotó el presupuesto antes de acabar el año, obligando a cerrar edificios públicos, hasta que el congreso aprobó un nuevo aumento del endeudamiento.

Diez dedos sólo pueden aplastar diez pulgas

Ya se sabe que un gigante, por grande que sea, con diez dedos no puede aplastar más de diez pulgas a la vez. Si además concentró una mano entera en un par de naciones de Oriente… con la mano restante no pudo impedir los avances en la independencia y la soberanía de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Sudáfrica… y si además algunas de esas pulgas han adquirido un tamaño tan descomunal como China, India o Brasil, la tarea de dominar el mundo se hace imposible. La década fue aprovechada por los países y pueblos del mundo para avanzar en su liberación. En especial la unión de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) con numerosos acuerdos que socaban el dominio político y financiero norteamericano, (Banco de inversiones, acuerdos para pagar sus transacciones en moneda nacional excluyendo el dólar…) y apoyando a otras naciones que hasta ese momento eran coto cerrado al expolio de Washington.

La lucha en Iberoamérica, Africa y Asia de los pueblos y países por su independencia les ha procurado un crecimiento económico exponencial, y es la base de que a EEUU le mengüe incesantemente la parte del pastel de la riqueza mundial que se apropia.

Cambio de línea

La línea Obama fue un nuevo intento de respuesta. Sin renunciar a la fuerza, buscó golpear a China dándole en cabeza ajena, concentrándose en neutralizar la alianza de los BRICS, debilitando a Rusia -guerra de Ucrania-, Brasil -golpe blando-, y fortaleciendo las relaciones con India. Así como aislando a Europa con un cinturón de fuego (Libia, Egipto, Siria). Puso en marcha un elaborado proceso de recuperar su «patio trasero» americano auspiciando golpes y cambios de gobiernos.

Pero Obama se va con un nuevo fracaso militar en el Norte de Africa y Oriente Medio, tuvo que ceder ante las naciones impermeables a sus intentos de penetración (Irán, Cuba) y deja peores condiciones para que la superpotencia recupere el terreno perdido.

Triturados y divididos

En el terreno industrial los datos del retroceso norteamericano son contundentes. Esta caída obedece a la irrupción de los competidores y a la creciente localización externa de las firmas estadounidenses. El déficit comercial norteamericano con China durante 2011 fue 28 veces mayor que en 1990, cuando EEUU detentaba el 15% del comercio del mundo; y que ahora, se ha reducido a 8%, según datos del FMI. La combinación de caída industrial y retirada de fondos públicos para atender a la población y gastarlos en tapar el agujero bancario, o sostener gastos derivados de su dominio exterior, ha generado un empobrecimiento general de amplias capas sociales. Hoy en día, sólo el 55 % de los estadounidenses están cubiertos por el seguro de salud basado en el empleo. En 2008, 30 millones de estadounidenses recibían bonos de comida, hoy son ya 47 millones los que reciben cupones de alimentos por valor de unos 130 euros mensuales. Para mantener su hegemonía han tenido que «triturar» una parte de la sociedad norteamericana, imponiendo una «reforma laboral global», no sólo a las minorías excluidas, sino a la clase obrera blanca y clases medias.

Trump es elegido con el voto de estos sectores empobrecidos, miles de trabajdores industriales ahora en el paro con sueldos más bajos que hace diez años.

Pero su respaldo como candidato es fruto de la necesidad acuciante de la burguesia monopolista de responder a la pregunta clave ¿Cómo mantener la hegemonía este siglo frenando el declive? No debemos dudar que su nueva respuesta nos va acostar muchos sufrimientos a los pueblos, porque EEUU sigue manteniendo una enorme distancia con el resto de países en su poder militar, económico y político. Pero tan inevitable es el fin del imperio como el ascenso de los pueblos y países del mundo.

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