Editorial

Las verdaderas lí­neas rojas del gobierno de Rajoy

No hace ni dos meses desde la formación del nuevo gobierno de Rajoy y ya hemos visto como Rajoy acordaba con PSOE y Ciudadanos la retirada de la LOMCE y abrir negociaciones para un pacto por la Educación, dos acuerdos con el PSOE para subir un 8% el Salario Mí­nimo y contra la pobreza energética, y la promesa a Ciudadanos de que los presupuestos de 2017 incluirán la mayor parte de los 5.000 millones de euros para gastos sociales de su pacto de investidura.

Medidas todas ellas impensables antes de las elecciones del 20-D, hace un año, que son la nueva cara de la legislatura. Obligadas por la nueva correlación de fuerzas que ha dejado al PP en minoría parlamentaria y social.

El nuevo gobierno de Rajoy está obligado a pactar y ofrecer contrapartidas para contener el avance de la mayoría social progresista, que se opone radicalmente a las políticas ejecutadas en los últimos años y, al mismo tiempo, poder conformar mayorías parlamentarias que garanticen los puntos nodulares de las mismas que, en lo esencial, coinciden con lo que exigen los grandes centros de poder internacionales y nacionales.

¿Cuáles son esos puntos nodulares exigidos por Washington y Berlín, por el FMI, la UE y el Ibex-35 que son a su vez las verdaderas líneas rojas del gobierno de Rajoy?

En lo económico, la reforma laboral es un pilar de las exigencias del gran capital extranjero, especialmente de las multinacionales norteamericanas y alemanas que operan en nuestro país y que se benefician de la rebaja de salarios que acaba elevando sus multimillonarios beneficios. También la banca y las grandes empresas de la oligarquía española.

Pero no sólo eso, otros pilares son: el mantenimiento de la fiscalidad vigente para las grandes empresas y multinacionales y la puerta abierta de par en par a la entrada del capital extranjero a nuevas “joyas de la corona” de la economía española.

El gobierno ha presentado las medidas fiscales sobre el Impuesto de Sociedades como una subida de la fiscalidad a las grandes empresas. Pero nada más lejos de la realidad. En los últimos años el gobierno de Rajoy ha rebajado del 30% al 25% el Impuesto de Sociedades. Y eso es lo que se mantiene. Rajoy no sube el impuesto, que se mantiene en el 25%, lo que hace es limitar algunas de las ventajas fiscales de las grandes empresas y multinacionales, como la compensación de bases negativas de años anteriores (en gran parte ya compensadas).

Montoro reconoce que con esas medidas apenas aumentará la recaudación en 4.500 millones de euros (hasta los 25.000 millones) cuando se estaban recaudando 44.000 millones. Es decir, casi 20.000 millones menos de ingresos por el impuesto de sociedades.

Y a eso hay que añadir otra de las “líneas rojas” impuestas desde el exterior, la ventana abierta para que el capital extranjero acceda sin cortapisas a las “joyas de la corona” de la economía española. Así el gobierno ha anunciado que retrasa dos años la venta de Bankia -prevista inicialmete para 2017- para consolidar la fusión de BMN (la antigua Caja Murcia y otras tres) con Bankia, y no para consolidar una “bankia” pública sino para mejorar la oferta a los aspirantes a hacerse con una parte de la banca más resntable (más de 1.800 millones de euros ha ganado Bankia en los dos últimos ejercicios). En el candelero de empresas a ofrecer al gran capital extranjero están desde AENA a las Loterías o empresas punteras de las nuevas energías como Abengoa.

En el terreno político estamos asistiendo a un auténtico terremoto de intervenciones para cambiar el modelo político sin que se cuestionen los auténticos centros de poder. El viejo bipartidismo basado en la alternancia política PSOE-PP ya no es posible y tratan de imponer un nuevo “bipartidismo” imperfecto, no solo basado en la integración de nuevas fuerzas que, como Ciudadanos, completen un nuevo modelo de dominio, sino en la recomposición de la izquierda -la antigua pata del bipartidismo- absolutamente imprescindible en un país dominantemente de izquierdas y que periódicamente resurge como oposición a los proyectos imperialistas y oligárquicos dominantes.

Cuando en julio de 2015 el líder de Podemos, Pablo Iglesias, declaraba que “el Ejército, la Monarquía” (junto con el PNV) como las únicas instituciones del régimen del 78 que “gozan de una relativa buena salud”, estaba definiendo en los hechos qué es cuestionable y qué no por las fuerzas políticas del nuevo modelo político en gestación.

Por último, hay un marco que ni se negocia, si se discute, ni siquiera se menciona por los fuerzas políticas y en los grandes medios de comunicación: la integración cada vez mayor de nuestro país en la estrategia militar norteamericana y en las misiones internacionales de la OTAN.

Un manto de silencio envuelve el papel de las bases norteamericanas de Rota y Morón que acogen el escudo antimisiles y el centro de operaciones para África (AFRICOM) del Pentágono. Y la presencia cada vez mayor de nuestro país en las misiones internacionales de la OTAN y el compromiso de una mayor contribución económica y directamente militar fijada como objetivo por la nueva ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal.

Desde su nombramiento como ministra de Defensa en noviembre, las acciones de Cospedal demuestran sus verdaderos objetivos. Ha anunciado su objetivo de aprobar una nueva ley que blinde el aumento de los gastos militares, ha visitado tres de las misiones en el extranjero (la misión en el Mediterráneo frente a las costas de Libia para controlar el flujo de refugiados, la de Irak y la de Mali) y anunciado el aumento de efectivos destinados a Irak y a las misiones en los países del Este de Europa frontera con Rusia.

Las líneas rojas impuestas al gobierno marcan sus límites y las exigencias de los grandes centros de poder, pero no los límites de las fuerzas del pueblo. La nueva correlación de fuerzas ha creado nuevas condiciones favorables al avance de los intereses populares. Hay una mayoría social progresista en la calle y en el parlamento y todo va a depender de si hay una línea de unidad amplia y voluntad política para hacer frente a los límites impuestos por esas líneas rojas. La batalla no está cerrada.

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